EVANGELIO
Tú eres el Mesías
El Hijo del hombre debe sufrir mucho
a Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Marcos
8, 27-35
Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy Yo?»
Ellos le respondieron: «Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas».
«Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?»
Pedro respondió: «Tú eres el Mesías».
Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de Él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad.
Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».
Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con sus cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará».
Palabra del Señor.
Reflexión
¿NOS SUENA JESUS?
1.- El domingo pasado, el Papa Benedicto XVI, en una misa al aire libre en Alemania afirmaba: El mundo se ha vuelto sordo a Dios Las sociedades occidentales están perdiendo sus almas ante la racionalidad científica y asustando a los creyentes del mundo en desarrollo que siguen siendo temerosos de Dios.
Por ello mismo, cuando Jesús nos pregunta en el evangelio de este día: ¿Quién dice la gente que soy yo? debiera de plantearnos muchos interrogantes y otras tantas interpelaciones:
-La más radical: ¿Dice Jesús algo a alguien? -La intermedia: ¿Qué nos dice y qué decimos de El, los que nos las damos de cristianos?-La blanda: Nos dice mucho, pero le conocemos poco.2.- El Señor, ante tanta cuña publicitaria y frecuencias que se meten por los cuatro costados de nuestra existencia, lo tiene muy difícil para ser audible, conocido e identificado. Nunca, la iglesia, ha contado con tantos medios para incentivar y popularizar el nombre de Jesús y, nunca, ha encontrado tantas dificultades para que las nuevas y viejas generaciones, se interesen y se zambullan de lleno en la personalidad, vida y encuentro con Jesucristo.
Jesús, camina con nosotros, y de nuevo en este curso que estrenamos- nos pregunta: ¿Qué dice la gente de mí? ¿Quién dice que soy yo? ¿Qué saben de mí los catequistas? ¿Cómo me presentan los sacerdotes? ¿Qué imagen tienen de mí las nuevas generaciones? ¿Qué hacéis por mi reino? ¿Qué vais a decir de mí? ¿Qué vas hacer por mí?
3.- Sí, amigos. Nos tenemos que implicar un poco más en la labor evangelizadora. Por cierto, el Papa Benedicto, el domingo pasado señaló una verdad más grande que un templo: difundir a Jesucristo es más importante que toda la ayuda de emergencia y al desarrollo que iglesias ricas ofrecen a los países pobres.
No podemos contentarnos con una labor meramente social o educativa. Nuestra misión, como creyentes, tiene las dos vertientes: el encuentro personal con Jesús y, a continuación, nuestro servicio a los demás. Son dos notas de un mismo acorde. Pero ¿es justo poner el acento en un simple compromiso obviando la difusión del Evangelio?
¡Qué interpelación tan seria e incisiva la de este domingo! ¡Quién dice la gente que soy yo! Porque, malo será que llenemos nuestra iglesia, nuestra parroquia, nuestras dinámicas de grupo, nuestras acciones sociales, nuestros calendario con puntera técnica, ciencia, métodos, medios, dinero y dejemos a un lado lo que es medular en nuestro campo evangelizador: ser difusores del amor de Dios, de la persona de Jesús, de su mensaje, de la gran familia que somos y vivimos en la iglesia.
* ¿Qué dicen de Jesús los que han sido bautizados y viven como si no lo estuvieran?
* ¿Qué expresan de Jesús los que piensan que con bautizarse, comulgarse, confirmarse y casarse por la iglesia ya han hecho un gran favor a Dios?
* ¿Qué afirman de Jesús los catequistas que creen que con impartir una catequesis es suficiente pero, a continuación, no viven la eucaristía dominical?
* ¿Qué atestiguan de Jesús tantos de nuestros hermanos que, perteneciendo a la iglesia, viven indiferentes a lo que ocurre dentro de ella?
4.- Que esta Eucaristía, en el Día del Señor, nos ayude a comprometernos no solamente en la acción renovadora del mundo sino en el conocimiento de Jesús de Nazaret.
Que no nos ocurra como aquel alpinista necio, que después de ascender y descender de una gran montaña le preguntaron: ¿Qué horizonte se ve desde allá arriba? ¿Qué has visto cuando subías? Y, el montañero, les contestó: la verdad es que como iba tan pendiente de subir no me he percatado de lo que había a mi alrededor. Tan pendiente de las cuerdas que olvidó disfrutar de tantas sensaciones que le rodeaban.
O como aquel fan de un cantante, que tarareaba la melodías de sus canciones pero nunca supo ni lo que significaba sus letras ni el contenido de las mismas.
¿Qué decimos nosotros en el ascenso de nuestra vida sobre Jesús de Nazaret? ¿De qué cuerdas nos tenemos que soltar para afirmar y demostrar que de verdad- somos sus seguidores?
Javier Leoz
www.betania.es
UNA PREGUNTA MUY ACTUAL
1.- La pregunta de Cristo: ¿Quién dice la gente que soy yo?, continúa hoy, a la distancia de veintiún siglos de ser pronunciada por primera vez, con la misma fuerza y la misma actualidad que en la hora primera. Está claro que sólo un necio podría atreverse a apartar la figura de Jesús y su mensaje de la galería de los hombres más ilustres de la historia de la humanidad.
Pero ¿bastara esta admiración y este reconocimiento para que uno pueda profesarse seguidor de Jesús? La respuesta ha de ser forzosamente negativa y falso cualquier irenismo que tratare de situar a un mismo nivel de confesión de fe a los que son creyentes en Jesús, enviado del Padre, libertador y salvador de los hombres, y a los que se limitaren a exaltar a Cristo como un dechado de máximas virtudes humanas y a su mensaje como una superior sabiduría. El creyente se define porque reconoce a Jesús al Mesías de Dios y en su buena noticia o evangelio el mensaje de salvación.
Una vez que los discípulos le manifestaron las distintas opiniones que corrían acerca de él, Jesús pasó a la pregunta decisiva: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?. Ahora los discípulos se callaron. Sólo Pedro respondió. E hizo una verdadera profesión de fe, afirmando sin vacilaciones la identidad de Jesús: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.
Esta confesión y este reconocimiento explícito de la verdadera identidad de Jesús fue, para Pedro, una auténtica vivencia, en el sentido riguroso de esta palabra. Y le llevó a conocer su propia identidad y su misión, revelada por el mismo Jesús. Conocer de verdad a Cristo fue, para Simón Pedro, conocerse también a sí mismo. La revelación de Jesús supuso, de hecho, su propia revelación.
2.- Las preguntas de Jesús siguen siendo actuales. Son preguntas dirigidas a cada uno de nosotros, que resultan insoslayables, estrictamente personales, y que nadie puede responder por otro, sino que cada uno tiene que contestar desde sí mismo y por sí mismo. Pero con una respuesta no aprendida de memoria, sino nacida de la propia experiencia, como en el caso de Pedro.
Tampoco nadie puede negarse a contestar, porque sería lo mismo que responder mal, como sucede en un examen. No definirse, en el ámbito de la fe, es la manera más cobarde de definirse en contra. La total indiferencia y la absoluta neutralidad son realmente imposibles con respecto a Jesucristo. Frente a Él, sólo caben la adhesión o el rechazo. No hay término medio.
Jesús se dirige hoy a cada hombre --a cada uno de nosotros-- con la misma pregunta, personal e insoslayable: Y tú, ¿quién dices que soy yo?. ¿Quién soy yo para ti? ¿Qué soy y qué significo yo en tu vida? Y cada uno tiene tenemos-- que saber dar a esta pregunta una respuesta convencida y convincente, aprendida del Padre que está en los cielos, que es el único que conoce la verdadera identidad de Jesús.
Si no podemos responder, como Pedro, desde una vigorosa experiencia personal, respondamos desde la fe de la Iglesia, que cada uno de nosotros gratuitamente hemos recibido; y convirtamos en petición y en súplica en oración confiada-- esa misma respuesta.
3.- Hablando del pan de Vida, en la sinagoga de Cafarnaún, Jesús advirtió que muchos de sus discípulos se quejaban de que sus palabras eran duras. Desde entonces, muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él. En este contexto, se dirigió a los Doce con una pregunta directa y sobrecogedora: ¿También vosotros queréis marcharos?.
En esta ocasión como antes, en Cesárea de Filipo-- el único que respondió a la pregunta fue Simón Pedro. Y lo hizo con la misma entereza y convicción que entonces, también desde la propia experiencia: Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios.
Cristo es el principio y el fin, la raíz viva y la clave de interpretación de toda forma de vida cristiana. Sólo él arrastra y convence, cautiva y apasiona, asombra y estremece. Sólo él inspira, a la vez, confianza sin límites e infinito respeto.
Ante Jesús, se experimenta, al mismo tiempo, indecible amor e inevitable temor bíblico. Ser cristiano es ser creyente: Creyente en Jesucristo. Y creer en Jesús no es sólo acoger su mensaje y adherirse fielmente a su doctrina; sino, ante todo y sobre todo, acogerle como persona: Como verdad total y como sentido definitivo de la vida, como salvador y como salvación, como razón última de la propia existencia; entregarse a él de forma incondicional e irrevocable y ponerse a su entera disposición. Más aún, creer en Jesús es la existencia misma del cristiano.
Porque el cristiano existe en la medida misma en que cree en Cristo. Para él, creer es existir. Y existir es creer. Los apóstoles creyeron en Jesús. Se adhirieron a él incondicionalmente.
4.- Creer en Jesús les bastó, desde entonces, para vivir. Por eso, apoyaron en él toda su existencia. Fascinados por su persona y por su personalidad, lo abandonaron todo para seguirle, imitándole en su estilo de vida y misión. El cristiano es alguien que, como los Apóstoles, cree en Jesús y sabe que él es el Santo de Dios; que ha conocido el Amor que Dios tiene a los hombres, y ha creído en él; que, desde una vigorosa experiencia de fe, confiesa, con la palabra y con toda la vida, que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo; que se ha dejado fascinar por su Persona y por su palabra.
Si ahora nos preguntara Cristo: ¿Quién decís que soy yo? ¿Qué le responderíamos? Nuestra misión es dar testimonio, con nuestra vida y palabras, de que creemos en Cristo crucificado y resucitado. Si la fe es únicamente de ideas aprendidas de memoria y recitadas casi inconscientemente, no convenceremos a nadie. Si nuestra fe es únicamente un conjunto de ritos exteriores que ni comprometen ni expresan de verdad nuestra vida interior, no convenceremos a nadie.
La segunda lectura de la carta de apóstol Santiago, presenta este problema en forma perentoria: Muéstrame tu fe por tus obras. Son nuestras actitudes diarias, continuas, consecuentes, las que manifiestan que de verdad creemos. Como dice sabiamente nuestro pueblo: Obras son amores, no buenas razones.
Nosotros sabemos que al discípulo no le puede ir mejor que al maestro. Ser cristiano significa estar dispuesto a dar la vida como testimonio de amor. Jesús nos dice que si queremos tener derecho a una resurrección como la de él debemos pasar por donde él pasó, morir como murió él. Ser cristiano hoy, como para los cristianos de los primeros trescientos años, es apuntarse en una lista para morir violentamente.
Adherirse este "Mesías" es identificarse con un proyecto de vida y de misión, hacia el cual todos nosotros sentimos una repulsa natural. ¿Quién desea identificarse con el grano de trigo que muere?
El que vive como Cristo tiene siempre una muerte como la de Cristo. Y quien muere como él, tiene derecho a una resurrección como la de él. Ser cristiano sigue siendo lo que fue para Jesús: Una cuestión incomoda y peligrosa, una cuestión de vida o muerte, una cuestión que lleva, frecuentemente, a la muerte.
Antonio Díaz Tortajada
www.betania.es
"¿QUIÉN SOSTIENE TU VIDA?"
1.- La misma pregunta que hizo Jesús a sus discípulos nos la hace hoy a cada uno de nosotros: "¿Y tú quién dices que soy yo?". Bajando más a lo concreto, El te pregunta: ¿Para ti, quién soy yo? Piensa antes de responder, no lo hagas de memoria o con lo que aprendiste en el catecismo o en la clase de religión. La respuesta está en tu vida. Examina tu vida y contempla: ¿Qué lugar ocupa en tu mente, en tus proyectos, en tus actos, en tu actitud ante la vida Jesús de Nazaret?, ¿en tu trabajo, en tus estudios, en tu casa, en tus relaciones con los vecinos tienes presente lo que El espera de ti?
2.- Si somos sinceros, hemos de confesar que todavía no estamos convertidos a Jesucristo, quizá porque todavía no ha pasado por nuestra vida Jesús de Nazaret, quizá porque todavía no hemos tenido experiencia de El. Tenemos un barniz de cristianos, pero por dentro no se nota que Jesús hay transformado nuestra vida. Alguien dijo que los cristianos nos parecemos a una piedra arrojada al fondo de un lago. Por fuera parece que está mojada, pero el agua no ha penetrado por sus poros y no ha conseguido empaparla. Así ocurre con nosotros cuando no dejamos que la Palabra de Dios penetre en nuestro interior. Por eso nuestra fe es tan poco radical y nos conformamos con cumplir. Lo peor es que así nos luce el pelo, pues somos piedra de escándalo para muchos, porque es una fe sin obras que está muerta. Sin embargo hay muchas personas que sin ser cristianos viven como si lo fuera, pues llevan a la práctica el mandamiento del amor al prójimo necesitado. Y todo esto sin saberse "de memoria" el nombre de los mandamientos. Son los llamados por el gran teólogo K. Rahner "los cristianos anónimos".
3.- Es más fácil cumplir preceptos que no alteran nuestra vida que "mojarse" de verdad y dejar que el Evangelio cuestione nuestra vida y nuestras seguridades. No se trata de adaptar el Evangelio a nuestra vida, sino nuestra vida al Evangelio. Es más fácil responder de memoria, como un loro, que Jesucristo es el Hijo de Dios, que asumir el escándalo de la cruz. La cruz no hay que buscarla fuera. Está junto a ti, cuando reconoces tus debilidades, cuando las cosas no te salen bien, cuando llega el dolor o la enfermedad. No se trata de mera resignación, sino de ver en la cruz un sentido de liberación. Y, por supuesto, estar dispuesto a ayudar a los demás a llevar su cruz. Hay que ser capaces de dar la propia vida por Jesús y por el Evangelio para poder recuperarla. ¿Estás dispuesto a seguir a Jesús? Si tienes este propósito, no te equivocarás, pues aunque aparentemente pierdas tu vida, encontrarás la vida de verdad, la que El te ofrece. Entonces podrás experimentar la grata seguridad de que "El Señor te ayuda", como Isaías y que "El sostiene tu vida", como nos dice el autor del Salmo 53.
José María Martín OSA
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