jueves, diciembre 07, 2006

Viernes 8 de diciembre de 2006 (enviado por Pepe Luis)


I Semana del Tiempo de Adviento
Evangelio: Lc 1, 26-38 En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: —"Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo". Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: —"No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin". Y María dijo al ángel: —"¿Cómo será eso, pues no conozco varón?". El ángel le contestó: —"El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible". María contestó: —"Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra". Y la dejó el ángel.
Meditación
Frente a un espectáculo muy bello, no hay necesidad de hacer muchos cometarios, porque ante lo que es maravilloso se nos impone un silencio de contemplación. Es también nuestra actitud ante la Virgen inmaculada. Ella es, como dice san Bernardo, el gran acueducto de la gracia divina. De Ella ha nacido aquel que es la gracia del Padre, el amor que perdona y que salva, aquel del cual todos hemos recibido gracia tras gracia. Como María, también nosotros estamos llamados a ser santos e inmaculados en la presencia de Dios, santidad que consiste en la participación de la vida divina, y por tanto en la perfección de la caridad. La fragilidad de nuestra naturaleza humana, inclinada al pecado, no nos impide vivir dicha vocación, ya que el Señor mismo nos hace capaces de corresponderle. El germen de la vida divina está en nuestro corazón, en el interior de nuestra alma, en la fuente de nuestros pensamientos y sentimientos. Allí estamos dispuestos a doblegarnos ante la fe y el amor, pronunciando, como María, nuestro sí de plena adhesión a la voluntad de Dios. Allí debemos cultivar el deseo de ser buenos y puros, de contener las malas inclinaciones y reforzar los deseos de obrar el bien. No nos asuste, pues, todas las debilidades y luchas de cada día, ni siquiera cuando la oscuridad intente invadirnos, porque sabemos que, como baluarte protector, la Virgen María está con nosotros, y por tanto está muy cerca el Salvador al que Ella misma dio a luz. Oración María, Virgen inmaculada, te pedimos que nos hagas desear la pureza de alma y cuerpo, haznos puros en nuestros pensamientos y palabras. Hoy el mundo ataca y profana con ensañamiento esta virtud de la pureza a la cual Cristo ha concedido una de las bienaventuranzas: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Enséñanos el amor, el amor a Cristo, el amor total, el amor que es donación y sacrificio. Propósito Recitaré los misterios gozosos del rosario, poniéndome con afecto filial en las manos de María.

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