martes, abril 18, 2006

¿De verdad Cristo resucitó?

La resurrección de Cristo es tan importante para los cristianos como las alas para los aviones. Cristo murió en el centro de la Jerusalén actual. Fue un viernes de abril del año 30. Un soldado romano le dio un lanzazo de gracia y lo depositaron en un sepulcro cercano. Los enemigos de Cristo pagaron a unos soldados romanos para que vigilaran el sepulcro. El domingo por la mañana el sepulcro estaba abierto y vacío. Jesús mismo lo predijo: “Y resucitaré al tercer día”. Y así sucedió. Se les apareció a los discípulos que no terminaban de creerlo.Sobre esta verdad gira toda la fe católica y se proclama desde hace 2000 años en la fórmula del Credo. Cristo no es un fundador de una religión como Mahoma, Buda... Cristo es Dios mismo. A Mahoma se le venera, se le honra como difunto; a Cristo en cambio se le ama pues es una persona viva, resucitada en su cuerpo glorioso. Millones de personas están entregadas hoy día, en cuerpo y alma, al amor de Jesús. Unas en las misiones, otras en los conventos, muchas en las escuelas. Son religiosas, sacerdotes, jóvenes consagrados a Él. También en los hogares, en las oficinas, en la calle... hombres y mujeres entregados al amor de Cristo dentro de sus respectivas circunstancias de vida. Cristo es más que un sabio. Nadie ha dado la vida por Sócrates, una de las personas más honestas y cultas de la historia. Por Cristo, cientos de miles han derramado su sangre confesándolo verdadero hombre y verdadero Dios. Este hecho es impresionante y cruza la historia de norte a sur, desde los apóstoles martirizados en el primer siglo, hasta los sacerdotes torturados y asesinados por los regímenes totalitarios del siglo pasado. No se puede comprender que unos rudos pescadores hayan podido cristianizar el Imperio Romano si no es por su certeza en la Resurrección de su Señor Jesucristo. Y es tan importante la Resurrección que de ella nace la esperanza de nuestra salvación eterna.Sin la Resurrección, el avión de nuestra fe se convierte en un simple autobús.
Fuente: Catholic.net Autor: P. Luis García Molina

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