jueves, noviembre 23, 2006

reflexion del domingo 19 de noviembre - Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos - 13, 24-32

EVANGELIO

 

Congregará a sus elegidos,

desde los cuatro puntos cardinales

 

a    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

       según san Marcos

13, 24-32

 

Jesús dijo a sus discípulos:

En aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. Y El enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte.

Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta.

Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre.

 

Palabra del Señor.

 

 

 

Reflexión

 

 

 

“SOMOS FUTURO”

1. La vida del cristiano transcurre en tensión permanente entre el presente y el futuro. Lo cual no significa que viva enajenado por él. Pero en realidad, “somos futuro”. El futuro nos llama permanentemente y da sentido a nuestro presente. Y lo vivimos de una manera natural, sin angustias ni temores, porque ese futuro se va perfilando desde el aquí y el ahora de la fe que nos hace vivir en la esperanza y en la práctica del amor. La fe nos impulsa a construir el futuro que no sabemos cuándo llega, pero esperamos en la perseverancia y la paciencia precisamente porque estamos ya comprometidos en él, pues, aunque todavía como promesa, lo hemos aceptado, y recibido.

2. Hay en las Sagradas Escrituras, una literatura que se conoce como apocalíptica. El libro de Daniel, con cuya lectura llenamos la primera lectura de hoy es un uno de esos libros “apocalípticos” y escatológicos, es decir que nos anuncia lo que nos espera como definitivo y final; definitivo por final y final por definitivo. Este libro está escrito hacia el año 150 a. C., muy probablemente con ocasión de la guerra de los Macabeos (167-164), escrito bajo un seudónimo, detalle propio de esta literatura.

Esta literatura se caracteriza por ser una literatura marcadamente simbólica. Se produce en tiempos difíciles de persecución y, en general, de crisis. La finalidad que persigue este tipo de escritos no es atemorizar sino alentar y consolar y, por eso, exhortar a la perseverancia y a la conversión en medio de los conflictos.

Estos escritos nos hacen ver el futuro como el cumplimiento de las promesas de un Dios misericordioso. La apocalíptica es considerada también como teología de la historia.

En la misma línea del libro de Daniel esta el fragmento del capitulo de san Marcos escrito también en este tono apocalíptico. De manera que, aunque es un tanto difícil de entender, ayuda un poco para su comprensión saber que las indicaciones de la catástrofe son propias de este estilo literario y que no se han de tomar al pie de la letra.

3. En este pasaje de san Marcos Jesús habla como un maestro a sus discípulos a fin de que sepan vivir los acontecimientos de la historia en vistas a su venida. Bajo esta perspectiva, el discurso apocalíptico de Jesús adquiere un significado mucho más amplio especialmente en los datos sobre Jerusalén o sobre “esta generación” los cuales se refieren a todo tipo de tribulación que han de sufrir los verdaderos discípulos, tal como le sucedió al Maestro. Por tanto, las actitudes que hay que adoptar son las mismas del Maestro: Vigilar y orar exactamente como lo hizo en Getsemaní.

La razón de una actitud optimista y esperanzada de los cristianos, en medio de las tribulaciones, la encontramos en la certeza que nos da la fe en que el sacrificio de Jesucristo en la cruz nos ha conseguido, de una vez para siempre, el triunfo y la perfección propios de quienes hemos sido santificados con su sangre redentora, como se nos dice en la segunda lectura.

4. Una vez más nos aproximamos al fin del recorrido del año litúrgico mediante la contemplación de los grandes misterios de nuestra fe y la meditación asidua de su Palabra. No estamos solos en este camino por el que peregrinamos en la vida. Continuemos esta marcha hacia la patria prometida donde está nuestra última morada.

La tierra, con toda su hermosura no es más que una etapa del viaje. Y sin embargo, no nos desentendamos del todo de nuestra tarea de hacer de ella un lugar donde ya se empieza a vivir el Reino que se nos promete en plenitud. Hemos de estar vigilantes, para no caer en ninguno de las tentaciones permanentes en la historia: Angustiarnos porque el mundo se acaba y por lo tanto desinteresarnos de él; o bien aferrarnos a él como si aquí fuera nuestra casa definitiva.

La fe no nos permite evadirnos de la responsabilidad de hacer de esta gran tienda de paso, que es el mundo con todas sus realidades, una etapa agradable y digna, ordenada y justa, alegre y festiva, el lugar donde se gana el cielo mediante las relaciones fraternales, justas, respetuosas y constructivas, sin olvidar que en esta tarea tenemos también la gran responsabilidad de cuidar el orden ecológico que Dios estableció en la creación para bien nuestro y para gloria suya.

Tenemos entonces el deber de que todo llegue a su plenitud como una nueva creación, en medio de las fatigas, el cansancio y hasta el dolor junto con la alegría que da la certeza de cooperar en el proyecto salvífico de Dios a través de la historia.

Para los cristianos la historia no es agonía sino proceso vital, es triunfo y es plenitud, pues Cristo la transforma en una historia de pecado y destrucción en historia de salvación. No nos quedemos fuera de ella.

 

Antonio Díaz Tortajada

www.betnaia.es

 

¡SOMOS DEL FUTURO!

1.- Llegamos al final del año litúrgico: ¡Cuántas vivencias, interna y externamente, hemos compartido o incentivado en nuestra comunidad! (Eclesial, Diocesana, Parroquial, Comunitaria, etc.). ¿Qué quedará al final de todo esto? Nos podríamos interpelar en esta celebración. Ni más ni menos lo que, al prensar el evangelio de hoy, brota con un lenguaje apocalíptico: veremos al Hijo del hombre. Desde el mismo día de nuestro Bautismo, Jesús, nos invitó a seguirle con una visión de un futuro totalmente distinto al que vivimos.

2.- Los cristianos, bien lo sabemos, no caminamos por la vida de espaldas a lo que acontece en ella pero, sabemos, que el Señor vendrá. Y, precisamente esa venida, nos carga de esperanza y de ilusión para seguir apostando y creyendo en Jesús de Nazaret.

¡Demos gracias a Dios! Durante todo este año litúrgico hemos sido guiados, hacia el Padre, de la mano de San Marcos. Con él hemos aprendido a estar con los pies en la tierra pero sin olvidar los horizontes que nos aguarda en el cielo. Mirando al futuro que nos aguarda es cuando, como cristianos, trabajamos con vigor y con pasión por la transformación de la realidad que nos rodea. ¿Qué existen las dificultades? ¿Qué construcción no conlleva un riesgo, un vértigo, una aventura o un temor?

La fe, aún con el lenguaje que hoy nos puede resultar amenazador, es por el contrario alentador, esperanzador y nos empuja a seguir hacia delante: ¡un final, una victoria y una recompensa nos aguarda! ¡Cristo Jesús!

3.- Qué grande es pensar que todos los esfuerzos pastorales (de sacerdotes, catequistas, grupos, niños, jóvenes…) lejos de estar emplazados al fracaso, tendrán su colofón y su broche de oro cuando Dios lo estime oportuno. Una vez más, se cumple aquello: ¡Sembremos! ¡Dios ya cosechará cuando quiera!

En este caminar, no estamos solos. Avanzamos guiados por la Palabra de Dios. Fortalecidos por la Eucaristía. Impresionados cuando, de lleno, nos ponemos frente a Dios por la oración. Animados al saber que, cientos de miles de hermanos nuestros, creen, celebran, expresan y viven lo mismo que nosotros estamos creyendo, celebrando, expresando y viviendo en esta Eucaristía: la fe en Jesús muerto y resucitado.

Eso sí, mientras nos encaminamos a ese momento, que Jesús nos indica en el Evangelio, lo último que podemos hacer es aguardar pasivamente y cómodamente sentados en la tierra. Un cristiano, y nosotros lo somos, hemos de vivir como nómadas. Haciendo del mundo que nos rodea una tienda más confortable, más habitable donde, además de Dios, puedan incorporarse –en nuestros esquemas, planteamientos, corazón, alma y vida- aquellas personas que, con un pequeño empujón, también podrían otear, vivir y preparar ese horizonte del que nosotros somos sabedores.

No nos quedemos fuera de todo este seductor proyecto que Jesús ha puesto en nuestras manos. Aprovechemos la oportunidad que Dios nos da de ser sus colaboradores para llevar a feliz realidad, junto con Jesús, esa sociedad que vive como si Dios no existiera y que ya no sabe sino desesperar de sí misma.

 

Javier Leoz

www.betania.es

 

CONVERTIRSE AL AMOR

1.- Nos acercamos al Tiempo de Adviento. Este Domingo Trigésimo Tercero del Tiempo Ordinario es ya el último con número. El próximo, aun en el TO, ya conmemora a Nuestro Señor como Rey del Universo. Y luego el Adviento. Y esa espera, ese advenimiento, es, sobre todo, un tiempo de esperanza que se nutre de la esplendorosa llegada del Niño Dios. Puede que no exista sobre la conciencia colectiva de los cristianos una muestra más fehaciente de amor que la que nos produce el Nacimiento del Señor. Se respira fraternidad y se mejora incluso el amor ya existente. Hombres y mujeres, niños y viejos, pobres y ricos, se quieren más ante el recuerdo anual de la Primera Navidad. La llegada de Jesús a la Tierra nos pide también conversión. La celebración litúrgica del tiempo de Adviento guarda su paralelismo con la Pascua. Se va a anunciar la llegada del Reino y para eso –repetimos-- se nos pide conversión.

Pero la palabra conversión no puede quedar sin sentido o ser como el elemento de una devoción más. Es un cambio de vida. Es transformarse hasta llegar a ser un seguidor real de Cristo. Es, en definitiva, ejercer, cada uno, un compromiso firme de convertirnos en lo que el Señor Jesús nos pide sin equívocos y sin reservas mediante su Palabra, presente en la Escritura. Pero, también, es cierto que tenemos, todos, dificultades para completar esa conversión o para conseguirla. De hecho, podría decirse que, tras ese primer encuentro con Jesús, que nos deja –y mantiene-- a su lado, lo demás es un camino permanente que dura toda una vida.

2.- Necesitaríamos, tal vez, algunos indicios que evaluaran la intensidad o profundidad de nuestra conversión. Pues hay un indicio, un catalizador, una piedra de toque que nunca falla: el amor. Y si las palabras de nuestro Maestro son muy claras: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos” El Amor a Dios solo puede probarse por nosotros, si verdaderamente amamos a nuestros hermanos. Puede parecer que amamos mucho a Dios porque somos diligentes con mis devociones, pero si en nuestro corazón no existe el convencimiento de que amamos más a los hermanos que a nosotros mismos, es muy probable que nuestro amor a Dios sea solo un planteamiento emocional.

San Agustín dijo: “Ama y haz lo que quieras”. Y la verdad es que esta frase tiene poco de enigmática o de generalizadora. Quien ama ningún mal puede hacer y a partir de que nuestro amor sea un ejercicio de paz, ayuda, solidaridad, compromiso hacia los demás estaremos siguiendo el camino de Cristo. No es, pues ocioso, que Betania se adelante un poco en el anuncio del Adviento. Necesitamos tiempo para ejercitar nuestra acción de amor. Pero la alegría que nos presagia el Adviento que no sea solamente para nosotros o para nuestras familias, que sea para todos y que nosotros, al comprenderlos, seamos agentes activos de ese amor que Cristo nos ha enseñado.

Es verdad que hemos de amar al prójimo como nos amamos a nosotros mismos y no desear a los demás lo que para nosotros no queremos. Aunque, sin embargo, la ausencia del amor llega a nosotros mismos. Hay gente que no se quiere, que se destruye, que ni siquiera practica lo que el instinto de conservación manda. El desamor produce destrucción. Amemos a Dios, a los hermanos, a nosotros mismo, a la tierra, al paisaje, al aire que respiramos. Todo es de Dios y todo ello ha sido donado con y por su amor. Iniciemos la espera del Adviento, con esperanza y alegría

3.- Jesús, al anunciar otra vez más su muerte, nos pone –como explica el Evangelio de Marcos—ante el final. Este texto puede tener alguna dificultad en la interpretación, pero nuestro Salvador, profetiza, en primer lugar, sobre la destrucción de Jerusalén por las tropas romanas en el año 78. Este hecho ocurrió dentro de la generación que conoció la muerte de Jesús de Nazaret, el terrible episodio del Gólgota. Y, ciertamente, aquella destrucción fue totalmente apocalíptica. El Imperio romano, harto de las rebeldías de los judíos, quiso dar un escarmiento. Y lo fue de tal manera que Jerusalén, prácticamente, desapareció del mapa. No volvió a ser lo que fue. El templo fue derribado y se inició un éxodo que todavía está vivo hoy.

Jesús alude también al fin del mundo, cuya fecha solo sabe el Padre, y cuya reflexión, asimismo, por nuestra parte, es útil para meditar en el final de un año litúrgico y en el inicio de otro. El año litúrgico no empieza, como el del calendario, el 1 de enero, sino este próximo día 30 de noviembre en que celebraremos el Primer Domingo de Adviento. La visión de las palabras de Jesús no hay que tomarlas desde una vertiente catastrofista, porque el nuevo año litúrgico se inicia con la esperanza del advenimiento –del adviento—de Jesús en Nazaret. El mundo nuevo se iniciaba con la Encarnación que supone reconciliación con Dios Padre y salvación del género humano. Jesús, a su vez, anuncia su segunda venida, la Parusía, el tiempo feliz y final en el que reunirá definitivamente, en torno a Él, a todos sus amigos, a todos sus elegidos.

4.- La primera lectura, del Libro de Daniel, guarda la lógica concordancia con el Evangelio. Narra, con sentido apocalíptico, la salvación del pueblo. Pero antes habrá que pasar unos momentos difíciles. Nuestra vida es así. Nuestros tiempos no son fáciles. Pero no debemos caer en cualquier planteamiento catastrofista y terminal. Hay mucha gente –y no pocos movimientos religiosos—empeñados en anunciar el fin del mundo. Nunca aciertan. Ni acertarán. Y les pasa eso porque no han leído con atención a Cristo –o no lo han leído nunca—porque Él dice que la fecha solo la sabe el Padre. Como se reza diariamente en la misa debemos esperar en paz y sin miedo esa vuelta del Señor.

Hemos terminado hoy la lectura de los párrafos de la Carta a los Hebreos. En ella se ofrece la imagen de Jesús como Sumo Sacerdote permanente que intercede por nosotros en todo momento. El argumento de la Carta a los Hebreos es, precisamente, comparar el sacerdocio que no pasa de Jesús, con el imperfecto de los antiguos Sumos Sacerdotes de la Ley judía. Hoy, tal vez, para nosotros dicha comparación puede quedar fuera de contexto. Pero no debería ser así, porque lo que el autor de la Carta a los Hebreos nos quiere comunicar es una realidad cristólogica totalmente vigente. Y lo hace, además con un lenguaje exacto y muy hermoso. Jesús nos ha salvado una vez y estamos salvos para siempre. Su poder y su gracia ni cambian, ni pasan.

Y como veis parece útil irse abriendo al tiempo de Adviento, como preparación a un tiempo nuevo generado por el nacimiento del Salvador. Es próximo domingo, el último del Tiempo Ordinario, lleva la titulación de Jesucristo Rey del Universo y es una realidad, que también debemos meditar y prepararnos.

 

Ángel Gómez Escorial

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