Homilía del cardenal Jorge Mario Bergoglio SJ, arzobispo de Buenos Aires, en la misa del Encuentro Arquidiocesano de Catequesis (11 de marzo de 2006)
La vida cristiana es siempre un caminar en la presencia de Dios, pero no está exenta de luchas y pruebas, como la que nos narra la primera lectura, en la que aparece un viejo conocido por todos nosotros: Abraham. Figura del creyente fiel, modelo del peregrino incansable, del hombre que tiene un santo temor de Dios al punto de no negarle su propio hijo, en el que será bendecido con una gran descendencia…
Hoy Abraham nos interpela como Iglesia en Buenos Aires en estado de Asamblea, sobre el modo cómo estamos caminando en la presencia de Dios… Porque hay modos y modos de caminar en la presencia de Dios. Uno verdadero, el de Abraham, irreprochable, en libertad, sin miedo, porque confiaba en Señor. Él era su fuerza y su seguridad como hemos cantado en el salmo. El otro, el que a veces hacemos nosotros, en que nos decimos peregrinos pero en el fondo ya hemos elegido el camino, el ritmo, los tiempos…; ni somos discípulos, porque nos seguimos a nosotros mismos; ni somos hermanos, porque hacemos “la nuestra”. Eso sí, ya quizás hemos aprendido el arte de hacerle creer a los demás, y hasta a veces a nosotros mismos, que es la voluntad de Dios.
Por eso, siempre es bueno el desierto cuaresmal, que nos permite año tras año “peregrinar interiormente hacia la fuente de misericordia” (Bendicto XVI) para purificar el corazón, echar luz sobre las tentaciones de nuestro caminar como Iglesia, y en el caso de ustedes las tentaciones en el caminar como catequistas. Y esto es lo que los ha congregado en esta cita de todos los años que es el EAC. Para que en un clima de de comunión y fiesta, mirar al Dios fiel, para que la memoria se haga identidad, y la misión, fraternidad…
Así es nuestra de vida de cristianos… mirar a Dios y en Él, reflejarnos nosotros... Un Dios fiel, pero desinstalador, exigente, que nos pide la obediencia de la fe… Un cristiano que se reconoce peregrino, que experimenta en su vida el paso celoso del Dios de la Alianza pero que sabe, al mismo tiempo, caminar en la presencia amorosa del Padre, abandonarse en Él con una infinita confianza como lo supo hacer Teresita o el hermano Carlos de Foucauld… En la vida de todo cristiano de todo discípulo, de todo catequista, no puede faltar la experiencia del desierto, de la purificación interior, de la noche oscura, de la obediencia de la fe, como la que vivió nuestro padre Abraham. Pero ahí, también está la raíz del discipulado, del abandono, de la experiencia de pueblo, que nos permite reconocernos como hermanos.
Incluso, en su providencia, Ustedes mismos han experimentado hoy en pequeña escala, el desinstalarse… y dejaron los amplios patios del La Salle, para vivir la novedad que les traía el cambio de sede. Y quizá me equivoque, pero pienso que no habrá faltado algún enfermo de nostalgia, con síntomas de aburguesamiento, que no gozó del presente, añorando comodidades pasadas.
Algo así, pero mucho más grave nos puede pasar en nuestra vida espiritual y eclesial. Si hay algo que paraliza la vida es renunciar a seguir caminando para aferrase a lo ya adquirido, a lo seguro, a lo de siempre. Por ello, el Señor te desinstala. Y lo hace sin anestesia… Como hoy a Abraham. Le pide que le entregue a su hijo, sus sueños, sus proyectos…Lo está podando sin explicación, lo está iniciando en la escuela del desprendimiento, para que sea auténticamente libre, plenamente disponible a los proyectos de Dios, para hacerlo, así, colaborador de la historia grande, la historia de salvación para él y sobre todo, para el pueblo a él confiado.
Las únicas palabras de Abraham a Dios que aparecen en el texto que hoy hemos escuchado son “Aquí estoy”. Dos veces y solamente esto es lo que dice Abraham: aquí estoy. Y en esas dos palabras, “aquí estoy”, está todo! Como el profeta, como el creyente, como el peregrino…. “el aquí estoy”, “el hágase en mi según tu palabra, el amen… son las únicas respuestas posibles. Sino están éstas, todo lo demás, es ruido, distrae, confunde… Si no podemos pronunciar con nuestra vida el “aquí estoy”, mejor calla, no hables, no sea que te sumes a tanto palabrerío hueco que anda dando vuelta por nuestra gran ciudad. ¡Cómo nos cuesta decir “Aquí estoy”! Muchas veces lo condicionamos…
§ Aquí estoy si coincide con lo que yo pienso…
§ Aquí estoy si me gusta la propuesta, los tiempos…
§ Aquí estoy si no me significa morir a mis planes, proyectos, quintitas…
Por eso, en este segundo domingo de cuaresma, tiempo de conversión interior, los invito a encarnar en sus vidas todo el camino interior que presupone el estado de Asamblea: la de ponernos en “movimiento espiritual” que nos permita ir incorporando criterios pastorales y gestos adecuados comunes para hacer presente un estilo común de ser Iglesia hoy en Buenos Aires.
Pero todo esto no será posible si estamos instalados… abroquelados en nuestro pequeño mundo. Cuando perdemos la capacidad de abrirnos a la novedad del Espíritu no podemos responder a los signos de los tiempos… Y no podemos ser auténticos discípulos y menos hermanos de todos… Nos transformamos en “aggiornados fariseos” que van cerrando su capacidad escucha y acogida, para hacer de nuestra Iglesia comunidades estériles, tristes y viejas… Llena de miedos paralizantes que nos llevan muchas veces a traicionar el mensaje y decir y hacer cualquier cosa, menos anunciar la Buena noticia. Y, cuando no estamos abierto a la novedad del Espíritu, que siempre tiene la frescura de la comunión, corremos el peligro de ir conviviendo en nuestro corazón con un cierto prurito de desagrado ante cualquier postura que no entienda o controle de mis hermanos.
Prestemos también atención al Evangelio de hoy. Dice el texto de Marcos: “Pedro estaba tan asustado que no sabía lo que decía”: al Pedro miedoso, cerrado al Espíritu, le nace la tentación de quedarse instalado en el monte, renunciando al llamado de ser levadura del llano. Es una tentación sutil del espíritu del mal. No lo tienta con algo grosero, más bien con algo aparentemente piadoso, pero que lo desvía de su misión, de aquello para lo cual fue elegido por Dios. La mirada se achica, la tentación del instalarse también se hace presente en la vida del apóstol… El estar bien, seguro, cómodo, hasta espiritualmente contenido, puedo ser tentación del camino de nuestra vida y ministerio de catequistas. Quedémonos aquí en nuestras carpas, en nuestros montes, en nuestras orillas, en nuestras parroquias, en nuestras comunidades tan lindas y prolijas… pueden ser muchas veces, no signo de piedad y pertenencia eclesial, sino cobardía, comodidad, falta de horizonte, rutina… que suele tener como principal causa que no hemos escuchado bien al Hijo amado de Dios, no lo hemos contemplado, no lo hemos entendido…
El Buen Dios en su providencia nos permite concluir este encuentro de catequistas con este Evangelio de la Transfiguración, que nos invita a poner nuestra mirada en el Señor, sólo en Él, para poder también nosotros decir Aquí Estoy. Y lo hacemos también como Iglesia en Buenos Aires en estado de Asamblea, que pide la gracia de “reforzar los vínculos de caridad fraterna, para así, poder recrear la conciencia de pertenecer al único Pueblo de Dios.” Y para eso es necesario pedir, unos por otros, la gracia de una sincera conversión…
Conversión personal y eclesial, para podernos renovar en el espíritu de comunión y participación, que nos permitan, superando los miedos paralizantes, caminar en la libertad de Espíritu… Conversión personal y eclesial, para afrontar purificaciones, correcciones… que nos permitan crecer en fidelidad y encontrar caminos nuevos de evangelización… Conversión personal y eclesial, para encarnar en gestos de cercanía la pedagogía de la santidad, que se hace escucha, dialogo discernimiento… Conversión personal y eclesial, para no dejarse llevar por los profetas del “no va a andar”, para no dejarse enfermarse por el corazón desilusionado que, a la par que se van endureciendo, va perdiendo el latido de la fiesta y de la vida, para sólo abrazar las critica y los miedos….
Que en medio de esta peregrinación cuaresmal, podamos redescubrir al Cristo transfigurado, para que Él, solo Él… con su presencia de cercanía y ternura, cure, sane, supere todo temor y miedo, porque Él es el Dios –con nosotros– el Emanuel, “y si Dios, está con nosotros, ¿quién podrá estar contra nosotros?”
Card. Jorge Mario Bergoglio SJ, arzobispo de Buenos Aires
La vida cristiana es siempre un caminar en la presencia de Dios, pero no está exenta de luchas y pruebas, como la que nos narra la primera lectura, en la que aparece un viejo conocido por todos nosotros: Abraham. Figura del creyente fiel, modelo del peregrino incansable, del hombre que tiene un santo temor de Dios al punto de no negarle su propio hijo, en el que será bendecido con una gran descendencia…
Hoy Abraham nos interpela como Iglesia en Buenos Aires en estado de Asamblea, sobre el modo cómo estamos caminando en la presencia de Dios… Porque hay modos y modos de caminar en la presencia de Dios. Uno verdadero, el de Abraham, irreprochable, en libertad, sin miedo, porque confiaba en Señor. Él era su fuerza y su seguridad como hemos cantado en el salmo. El otro, el que a veces hacemos nosotros, en que nos decimos peregrinos pero en el fondo ya hemos elegido el camino, el ritmo, los tiempos…; ni somos discípulos, porque nos seguimos a nosotros mismos; ni somos hermanos, porque hacemos “la nuestra”. Eso sí, ya quizás hemos aprendido el arte de hacerle creer a los demás, y hasta a veces a nosotros mismos, que es la voluntad de Dios.
Por eso, siempre es bueno el desierto cuaresmal, que nos permite año tras año “peregrinar interiormente hacia la fuente de misericordia” (Bendicto XVI) para purificar el corazón, echar luz sobre las tentaciones de nuestro caminar como Iglesia, y en el caso de ustedes las tentaciones en el caminar como catequistas. Y esto es lo que los ha congregado en esta cita de todos los años que es el EAC. Para que en un clima de de comunión y fiesta, mirar al Dios fiel, para que la memoria se haga identidad, y la misión, fraternidad…
Así es nuestra de vida de cristianos… mirar a Dios y en Él, reflejarnos nosotros... Un Dios fiel, pero desinstalador, exigente, que nos pide la obediencia de la fe… Un cristiano que se reconoce peregrino, que experimenta en su vida el paso celoso del Dios de la Alianza pero que sabe, al mismo tiempo, caminar en la presencia amorosa del Padre, abandonarse en Él con una infinita confianza como lo supo hacer Teresita o el hermano Carlos de Foucauld… En la vida de todo cristiano de todo discípulo, de todo catequista, no puede faltar la experiencia del desierto, de la purificación interior, de la noche oscura, de la obediencia de la fe, como la que vivió nuestro padre Abraham. Pero ahí, también está la raíz del discipulado, del abandono, de la experiencia de pueblo, que nos permite reconocernos como hermanos.
Incluso, en su providencia, Ustedes mismos han experimentado hoy en pequeña escala, el desinstalarse… y dejaron los amplios patios del La Salle, para vivir la novedad que les traía el cambio de sede. Y quizá me equivoque, pero pienso que no habrá faltado algún enfermo de nostalgia, con síntomas de aburguesamiento, que no gozó del presente, añorando comodidades pasadas.
Algo así, pero mucho más grave nos puede pasar en nuestra vida espiritual y eclesial. Si hay algo que paraliza la vida es renunciar a seguir caminando para aferrase a lo ya adquirido, a lo seguro, a lo de siempre. Por ello, el Señor te desinstala. Y lo hace sin anestesia… Como hoy a Abraham. Le pide que le entregue a su hijo, sus sueños, sus proyectos…Lo está podando sin explicación, lo está iniciando en la escuela del desprendimiento, para que sea auténticamente libre, plenamente disponible a los proyectos de Dios, para hacerlo, así, colaborador de la historia grande, la historia de salvación para él y sobre todo, para el pueblo a él confiado.
Las únicas palabras de Abraham a Dios que aparecen en el texto que hoy hemos escuchado son “Aquí estoy”. Dos veces y solamente esto es lo que dice Abraham: aquí estoy. Y en esas dos palabras, “aquí estoy”, está todo! Como el profeta, como el creyente, como el peregrino…. “el aquí estoy”, “el hágase en mi según tu palabra, el amen… son las únicas respuestas posibles. Sino están éstas, todo lo demás, es ruido, distrae, confunde… Si no podemos pronunciar con nuestra vida el “aquí estoy”, mejor calla, no hables, no sea que te sumes a tanto palabrerío hueco que anda dando vuelta por nuestra gran ciudad. ¡Cómo nos cuesta decir “Aquí estoy”! Muchas veces lo condicionamos…
§ Aquí estoy si coincide con lo que yo pienso…
§ Aquí estoy si me gusta la propuesta, los tiempos…
§ Aquí estoy si no me significa morir a mis planes, proyectos, quintitas…
Por eso, en este segundo domingo de cuaresma, tiempo de conversión interior, los invito a encarnar en sus vidas todo el camino interior que presupone el estado de Asamblea: la de ponernos en “movimiento espiritual” que nos permita ir incorporando criterios pastorales y gestos adecuados comunes para hacer presente un estilo común de ser Iglesia hoy en Buenos Aires.
Pero todo esto no será posible si estamos instalados… abroquelados en nuestro pequeño mundo. Cuando perdemos la capacidad de abrirnos a la novedad del Espíritu no podemos responder a los signos de los tiempos… Y no podemos ser auténticos discípulos y menos hermanos de todos… Nos transformamos en “aggiornados fariseos” que van cerrando su capacidad escucha y acogida, para hacer de nuestra Iglesia comunidades estériles, tristes y viejas… Llena de miedos paralizantes que nos llevan muchas veces a traicionar el mensaje y decir y hacer cualquier cosa, menos anunciar la Buena noticia. Y, cuando no estamos abierto a la novedad del Espíritu, que siempre tiene la frescura de la comunión, corremos el peligro de ir conviviendo en nuestro corazón con un cierto prurito de desagrado ante cualquier postura que no entienda o controle de mis hermanos.
Prestemos también atención al Evangelio de hoy. Dice el texto de Marcos: “Pedro estaba tan asustado que no sabía lo que decía”: al Pedro miedoso, cerrado al Espíritu, le nace la tentación de quedarse instalado en el monte, renunciando al llamado de ser levadura del llano. Es una tentación sutil del espíritu del mal. No lo tienta con algo grosero, más bien con algo aparentemente piadoso, pero que lo desvía de su misión, de aquello para lo cual fue elegido por Dios. La mirada se achica, la tentación del instalarse también se hace presente en la vida del apóstol… El estar bien, seguro, cómodo, hasta espiritualmente contenido, puedo ser tentación del camino de nuestra vida y ministerio de catequistas. Quedémonos aquí en nuestras carpas, en nuestros montes, en nuestras orillas, en nuestras parroquias, en nuestras comunidades tan lindas y prolijas… pueden ser muchas veces, no signo de piedad y pertenencia eclesial, sino cobardía, comodidad, falta de horizonte, rutina… que suele tener como principal causa que no hemos escuchado bien al Hijo amado de Dios, no lo hemos contemplado, no lo hemos entendido…
El Buen Dios en su providencia nos permite concluir este encuentro de catequistas con este Evangelio de la Transfiguración, que nos invita a poner nuestra mirada en el Señor, sólo en Él, para poder también nosotros decir Aquí Estoy. Y lo hacemos también como Iglesia en Buenos Aires en estado de Asamblea, que pide la gracia de “reforzar los vínculos de caridad fraterna, para así, poder recrear la conciencia de pertenecer al único Pueblo de Dios.” Y para eso es necesario pedir, unos por otros, la gracia de una sincera conversión…
Conversión personal y eclesial, para podernos renovar en el espíritu de comunión y participación, que nos permitan, superando los miedos paralizantes, caminar en la libertad de Espíritu… Conversión personal y eclesial, para afrontar purificaciones, correcciones… que nos permitan crecer en fidelidad y encontrar caminos nuevos de evangelización… Conversión personal y eclesial, para encarnar en gestos de cercanía la pedagogía de la santidad, que se hace escucha, dialogo discernimiento… Conversión personal y eclesial, para no dejarse llevar por los profetas del “no va a andar”, para no dejarse enfermarse por el corazón desilusionado que, a la par que se van endureciendo, va perdiendo el latido de la fiesta y de la vida, para sólo abrazar las critica y los miedos….
Que en medio de esta peregrinación cuaresmal, podamos redescubrir al Cristo transfigurado, para que Él, solo Él… con su presencia de cercanía y ternura, cure, sane, supere todo temor y miedo, porque Él es el Dios –con nosotros– el Emanuel, “y si Dios, está con nosotros, ¿quién podrá estar contra nosotros?”
Card. Jorge Mario Bergoglio SJ, arzobispo de Buenos Aires
fuente: http://aica.org/index.php
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