domingo, febrero 12, 2006

Carta Encíclica DEUS CHARITAS EST

“Unas pocas palabras para facilitar la aproximación a su lectura".

Benedicto XVI explica los motivos de su Encíclica
Carta publicada en forma de preguntas y respuestas por “Famiglia Cristiana” para acompañar la
lectura de la encíclica. Roma, 1º de febrero de 2006


“Al inicio, de hecho, el texto puede parecer un poco difícil y teórico.
Cuando, sin embargo, se avanza en la lectura resulta evidente que sólo he querido responder a un par de preguntas muy concretas para la vida cristiana”.
PRIMERA PARTE LA UNIDAD DEL AMOR EN LA CREACIÓN Y EN LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN · “

¿Se puede verdaderamente amar a Dios? Y aún más:

¿El amor puede ser impuesto? ¿No es un sentimiento que tenemos o que no tenemos?”

“Sí, podemos amar a Dios, dado que Él no se ha quedado a una distancia inalcanzable, sino que ha entrado y entra en nuestra vida. Viene hacia nosotros, hacia cada uno de nosotros, en los sacramentos a través de los cuales obra en nuestra existencia; con la fe de la Iglesia a través de la cual se dirige a nosotros; haciéndonos encontrar a hombres, que son tocados por él y trasmiten su luz; con las disposiciones a través de las cuales interviene en nuestra vida; con los signos de la creación, que nos ha donado”. “Él no nos ha solamente ofrecido el amor, sino que antes lo ha vivido y llama de tantas formas a nuestro corazón para suscitar nuestro amor de respuesta. El amor no es sólo un sentimiento, le pertenecen también la voluntad y la inteligencia. Con su palabra, Dios se dirige a nuestra inteligencia, a nuestra voluntad y a nuestro sentimiento en modo que podemos aprender a amarlo ‘con todo el corazón y con toda el alma’”. “El amor, de hecho, no lo encontramos ya como algo hecho y derecho, sino que crece; por así decir, nosotros podemos aprenderlos lentamente de modo que cada vez abrace más nuestras fuerzas y nos abra el camino para una vida recta”, agrega el Pontífice.

·“¿Podemos de verdad amar al ‘prójimo’, que nos es extraño o incluso antipático?“.

“Sí, podemos, si somos amigos de Dios. Si somos amigos de Cristo y en este modo es siempre más claro que Él nos ha amado y nos ama, a pesar que frecuentemente separamos de Él nuestra mirada y vivimos siguiendo otras orientaciones. Si su amistad se convierte, poco a poco, para nosotros importante e incisiva, entonces comenzaremos a querer a aquellos a los cuales él quiere y que tienen necesidad de mi ayuda. Él quiere que nosotros seamos amigos de sus amigos y nosotros podemos lograrlo si le estamos interiormente cercanos”. El sentido del amor ·“Con sus mandamientos y sus prohibiciones,

¿La Iglesia no nos hace amargo el gozo del eros, del ser amado, que nos empuja al otro y quiere que se convierta en una unión?”

“En la encíclica he buscado demostrar que la promesa más profunda del eros puede madurar solo cuando no buscamos aferrar la felicidad repentina. Al contrario, encontramos juntos la paciencia de descubrir siempre más al otro en lo profundo, en la totalidad de cuerpo y alma, de modo que al final la felicidad del otro sea más importante que la mía. Entonces no se puede solo tomar, sino donar y justo en esta liberación del yo el hombre encuentra a sí mismo y se llena de gozo”. “En la encíclica hablo de un recorrido de purificación y maduración necesario para que la verdadera promesa del eros pueda cumplirse. El lenguaje de la tradición la ha llamado ‘educación para la castidad’, que, al final, no significa otra cosa que el aprendizaje de la integridad del amor en la paciencia del crecimiento y de su (progresiva) maduración”.

SEGUNDA PARTE La Iglesia y la Caridad CARITAS:
EL EJERCICIO DEL AMOR POR PARTE DE LA IGLESIA COMO «COMUNIDAD DE AMOR»
·¿La Iglesia no podría dejar el servicio de la caridad a otras organizaciones filantrópicas de orígenes muy diversos?

“No, la Iglesia no lo puede hacer. Ésta debe practicar el amor por el prójimo también como comunidad, de otro modo anuncia al Dios del amor en modo incompleto e insuficiente”.

·“¿No se necesitaría más bien tender a un orden de la justicia en la que no haya más necesitados y por esto la caridad se torne superflua?”.

“Indudablemente el fin de la política es crear un justo ordenamiento de la sociedad, en el que a cada uno le es reconocido lo suyo y ninguno sufre miseria. En este sentido, la justicia es el verdadero objetivo de la política, así como lo es la paz que no puede existir sin justicia. Por su naturaleza la Iglesia no hace política en primera persona, sino que respeta la autoría del Estado y de su ordenamiento”. “Frecuentemente, sin embargo, la razón es cegada por los intereses y por la voluntad de poder. La fe sirve para purificar la razón, para que pueda ver y decidir correctamente. Es tarea de la Iglesia el curar la razón y de reforzar la voluntad del bien. En este sentido- sin hacer ella misma política- la Iglesia participa apasionadamente de la batalla por la justicia. A los cristianos comprometidos en las profesiones públicas espera en la acción política el abrir siempre nuevos caminos para la justicia”. “La justicia no puede jamás hacer superfluo el amor. Más allá de la justicia, el hombre tendrá siempre necesidad de amor, que solo da un alma a la justicia. En un mundo talmente herido como lo experimentamos en nuestros días, no hay verdadera necesidad de demostrar lo dicho”. “El mundo espera el testimonio del amor cristiano que nos es inspirado por la fe. En nuestro mundo, frecuentemente tan oscuro, con este amor brilla la luz de Dios”.


La palabra que resume toda la (divina) revelación es ésta:
«Dios es amor» (1 Juan 4, 8.16); y el amor es siempre un misterio, una realidad que supera la razón sin contradecirla; es más, exalta sus potencialidades.
Jesús nos ha revelado el misterio de Dios: Él, el Hijo, nos ha hecho conocer al Padre que está en los Cielos, y nos ha dado al Espíritu Santo, el Amor del Padre y del Hijo.
La teología cristiana sintetiza la verdad sobre Dios con esta expresión: una sola sustancia en tres personas. Dios no es soledad, sino comunión perfecta.
Por este motivo, la persona humana, imagen de Dios, se realiza en el amor, que es don sincero de sí mismo.
(Benedicto XVI, Angelus, 22 de mayo de 2005)

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