Xavier Quinzá sj
Nuestra morada no es siempre un lugar de silencio y serenidad. No siempre nos sentimos habitados, es decir, dejando lugar al Dulce Huésped en nuestro lugar de intimidad y recreo. Y cuando él no ocupa el centro de lo que somos, el lugar escondido del corazón, todas las otras cosas nos amenazan, nos desalientan, nos oscurecen el hálito de vida desde el que vivimos. Es un continuo baile de míseras ocupaciones, un sucederse de presencias huidizas, una riña constante de muchos transeúntes que se afanan en hacerse sitio en el centro, sin conseguirlo.
No hay espacio en nuestra vida para la serenidad si no nos arraigamos en el lugar que solo Dios, esa Presencia silenciosa y pertinaz, debe habitar. El misterio es la medida de nuestra hondura. Sin él, decaemos, se nos apaga la luz de la mirada, y vagamos sin rumbo.
Hacerle espacio al Escondido en nuestra morada interior es un motivo de urgencia y una ocasión de disciplina interior, es el camino cotidiano de gratuidad y renuncia. Urgente es, para nosotros, neuróticos de lo inmediato, ahondar en la dimensión presentida de interioridad, de ahondamiento, porque no sabremos nunca a ciencia cierta quiénes somos hasta que nos podamos reencontrar en la mirada limpia de otros ojos, en la caricia de otras manos que nos cuidan y nos abrazan.
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viernes, febrero 10, 2006
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