Jean Lafrance
Cuando llegues a la oración, por encima de todo, cree que Dios te ama personalmente y que dispone todos los acontecimientos de tu vida para atraerte a él. Tu pecado reconocido y confesado puede ser la ocasión de experimentar lo mucho que Dios te ama. Desde el momento en que el hijo pródigo vuelve a él, el Padre se mueve a compasión y corre a echarse a su cuello para abrazarle largamente (Lc. 15, 20). La oración no es otra cosa que este abrazo amoroso de Dios que estrecha contra su corazón y sus brazos al hijo recobrado.No empieces a examinarte o a mirar hacia atrás para alegrarte o entristecerte por tu pasada experiencia. Entrégate resueltamente al Padre con una confianza llena de audacia tranquila y candorosa. Es necesario que aprendas a ponerte amorosa y espontáneamente en las manos de Dios, en un abandono ciego en su providencia maternal. Que tu fe sea sin cálculo, ni retorno sobre ti mismo, con una atención sencilla fija en Dios, en su amor y en su misericordia. Dios te concederá el amarle por sí mismo, el encontrar la perfecta alegría en el olvido de ti y en la conciencia de tu pobreza y de tu debilidad.Hazte de nuevo como un niño pequeño, pobre de espíritu y totalmente dependiente, pues esta es la única manera de realizar la plenitud de la filiación divina. Dios ama a los humildes, y es, sobre todo, a ellos a quienes dirige su revelación. No olvides nunca esto: la infancia espiritual no se la encuentra, se la recibe de arriba. Vivir como un niño es disponerte sin cesar a nacer de arriba, dejando que se desarrolle en ti la vida divina.
Hemos relanzado la página del Apostolado de la Oración - Argentina. Haz click aquí para visitarla (www.apostor.org.ar).
Este texto y muchos otros podrás encontrarlos en nuestra revista "El Mensajero". Si deseas informarte o suscribirte hacé click aquí (www.apostor.org.ar/mensajero).
Cuando llegues a la oración, por encima de todo, cree que Dios te ama personalmente y que dispone todos los acontecimientos de tu vida para atraerte a él. Tu pecado reconocido y confesado puede ser la ocasión de experimentar lo mucho que Dios te ama. Desde el momento en que el hijo pródigo vuelve a él, el Padre se mueve a compasión y corre a echarse a su cuello para abrazarle largamente (Lc. 15, 20). La oración no es otra cosa que este abrazo amoroso de Dios que estrecha contra su corazón y sus brazos al hijo recobrado.No empieces a examinarte o a mirar hacia atrás para alegrarte o entristecerte por tu pasada experiencia. Entrégate resueltamente al Padre con una confianza llena de audacia tranquila y candorosa. Es necesario que aprendas a ponerte amorosa y espontáneamente en las manos de Dios, en un abandono ciego en su providencia maternal. Que tu fe sea sin cálculo, ni retorno sobre ti mismo, con una atención sencilla fija en Dios, en su amor y en su misericordia. Dios te concederá el amarle por sí mismo, el encontrar la perfecta alegría en el olvido de ti y en la conciencia de tu pobreza y de tu debilidad.Hazte de nuevo como un niño pequeño, pobre de espíritu y totalmente dependiente, pues esta es la única manera de realizar la plenitud de la filiación divina. Dios ama a los humildes, y es, sobre todo, a ellos a quienes dirige su revelación. No olvides nunca esto: la infancia espiritual no se la encuentra, se la recibe de arriba. Vivir como un niño es disponerte sin cesar a nacer de arriba, dejando que se desarrolle en ti la vida divina.
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