miércoles, mayo 31, 2006

PENTECOSTÉS Y LA FUNDACIÓN DE LA IGLESIA

Para muchos, el primer Pentecostés cristiano evoca la fundación de la Iglesia bajo la acción del Espíritu. Antes de dejar a sus apóstoles, Jesús les había prometido que les enviaría el Espíritu. Los apóstoles se reunieron en Jerusalén, para esperar su venida. El Espíritu vino cuando estaban todos reunidos, el día del Pentecostés judío. Además vino de una manera bastante espectacular. Los apóstoles empezaron inmediatamente a predicar la Buena Nueva de la salvación, y todos entendían en sus respectivas lenguas, cuando se les predicaban las maravillas del Señor... La Iglesia había nacido definitivamente. He aquí en unas palabras cómo muchos cristianos se imaginan los hechos.

Pero muy pocos se preguntan por qué la Pascua está separada de Pentecostés por un período de cincuenta días. ¿Por qué la fundación de la Iglesia se refiere a Pentecostés, en vez de a la Pascua?. El don del Espíritu Santo en Pentecostés, ¿significa una especie de comienzo absoluto? ¿En qué sentido se puede decir que la misión universal comienza verdaderamente el día de Pentecostés? Los apóstoles, de hecho, van a dar testimonio de la Resurrección de Cristo, pero este testimonio no les induce a abandonar Jerusalén para ir a todas las naciones.

En resumen, tenemos que hacernos dos preguntas: por una parte, ¿cuál es el significado profundo del espacio de tiempo que separa la resurrección de Cristo y la fundación de la Iglesia en el día de Pentecostés? Y, por otra, ¿es realmente la fiesta de Pentecostés la fiesta por excelencia de la misión universal? Estas preguntas no son secundarias. Respondiendo a ellas ayudaremos a los cristianos a captar mejor la originalidad de su fe en Cristo resucitado y el alcance exacto de sus responsabilidades misioneras.


· LA FIESTA DE PENTECOSTÉS EN ISRAEL, ANIVERSARIO DE LA ALIANZA.


En sus orígenes, la fiesta de Pentecostés fue una fiesta de recolección, como la Pascua era la fiesta del comienzo de la siega. Pentecostés, fiesta de recolección y, por tanto, fiesta de abundancia, es fiesta de alegría y de acción de gracias. Pero, al mismo tiempo que la liturgia tiende a hacerse cada vez más histórica y cada vez menos cósmica, las grandes fiestas del pueblo judío se van a transformar.

Cuando la Pascua deja de ser una fiesta agrícola, para convertirse en seguida en la celebración de la liberación de Egipto, se trata de extender esta celebración a todos los acontecimientos que han acompañado al Éxodo. Entre ellos, el mayor acontecimiento es evidentemente la conclusión de la alianza del Sinaí, cincuenta días después de haber salido de Egipto. Como la fiesta de la recogida de la cosecha se celebraba siete semanas después de la Pascua, era una fiesta muy indicada para conmemorar la alianza. Desde el siglo II antes de Jesucristo, esta evolución había terminado, y Pentecostés era la gran fiesta de la alianza.

ALIANZA/PLAN-D: La alianza es una de las realidades más fundamentales a la que dedican su reflexión los profetas. En un momento decisivo de la historia religiosa de Israel, la alianza ha definido las relaciones entre Yahvé y su pueblo. El plan de Yahvé es el liberar al pueblo escogido, a través de los acontecimientos de su historia; pero el contrato de la alianza lleva consigo una exigencia esencial para Israel: que a la iniciativa salvadora de Yahvé habrá que responder con la fe. En realidad, y desde el período de prueba del desierto, el pueblo elegido rehúsa el entrar en los caminos -es verdad que muchas veces son desconcertantes- de su Dios. Responde con la incredulidad. ¿Son por esto un fracaso los designios salvadores de Yahvé? ¿No acabará el propio Yahvé por cansarse? Estas preguntas no han cesado de hacer reflexionar a los profetas. Todos ellos anuncian la cólera divina, pero también el éxito futuro del plan de Dios.

Como la fidelidad de Yahvé es eterna, los profetas expresan su seguridad de que un día el Dios vivo suscitará un colaborador adecuado para la alianza. La esperanza mesiánica da testimonio de esta certeza, que se confirma sin cesar.

Meditando sobre el futuro de la alianza, los profetas hablan gustosamente de una nueva alianza. El Espíritu de Yahvé será derramado abundantemente sobre toda carne. Los corazones serán transformados y la nueva ley será grabada en ellos. Los preceptos divinos no se deberán ya aprender de los demás. La misma creación será renovada. Yahvé aparecerá entonces como el único Salvador de su pueblo y El hará del pueblo su testigo ante las naciones. La fidelidad del Mesías va a permitir esta definitiva liberación.


· JESÚS DE NAZARET Y LA ALIANZA EN EL ESPÍRITU.


La proclamación del Reino inaugura los últimos tiempos. Desde la Anunciación, el Espíritu está obrando en la vida de Jesús. En su Bautismo intervino el Espíritu de una manera solemne para conferir a Jesús su investidura mesiánica. Durante toda su vida pública se multiplicaron los signos de efusión del Espíritu. Y cuando llegó el momento supremo de la muerte en la cruz, fue también el Espíritu el que emprendió la obra por excelencia: la Resurrección. En la sangre derramada por el Mesías se ha sellado una nueva alianza, que es la que da comienzo al tiempo del Espíritu.

Todo se ha cumplido en el sacrificio de la cruz (Jn 19, 30). La esperanza de los profetas se ha visto colmada. La nueva alianza se ha consumado. He aquí que ha llegado ya el tiempo en que se ha de dar culto en espíritu y en verdad. El Espíritu habita desde ahora en los corazones y los transforma desde el interior. El acto redentor y expiatorio de la cruz tiene una resonancia universal.

Toda la humanidad ha sido afectada por la acción del único Mediador de la salvación. La solidaridad universal en el pecado deja paso a una solidaridad universal en el amor.

Y, sin embargo, si es verdad que todo se ha cumplido, no es menos cierto que todo está aún por cumplir. El Reino no desciende prefabricado del cielo. La alianza en el Espíritu exige que el hombre colabore como verdadero aliado de Dios en la realización de sus designios salvadores. Esta alianza se fundamenta en el Hombre-Dios, que es el que abre el acceso al Padre. El Hijo único del Padre se rodea de hijos adoptivos. Haciéndose obediente hasta la muerte en la cruz por amor a todos los hombres, el Hombre-Dios ha inaugurado en su persona el Reino definitivo, pero no ha suprimido la condición terrena del hombre. Por el contrario, la intervención de Jesús en la historia revela al hombre la verdad de su condición terrena. Cada uno está llamado a desempeñar un papel irreemplazable en la edificación del Reino.

El tiempo del Espíritu comienza definitivamente con la Resurrección y la Ascensión de Cristo. Por su sacrificio en la cruz, Cristo ha dicho al Padre, de una manera perfecta, el sí “filial” de “criatura” que salva al hombre de una vez para siempre. Este SI le constituye a la derecha del Padre en Primogénito de la verdadera humanidad. El diálogo entre Dios y el hombre queda ya cimentado. El Espíritu de Dios se revela por identidad como el Espíritu del Verbo Encarnado. La nueva alianza ha sido sellada en el amor. El tiempo del Espíritu ha dado paso a aquel día en que Jesús pudo decir a sus apóstoles: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20, 22).


· PENTECOSTÉS Y EL BAUTISMO ECLESIAL EN EL ESPÍRITU.


Al ver la realidad del “costado” de Cristo, la Iglesia, que es su Cuerpo, nace en el acto supremo del sacrificio de la cruz. Según el testimonio de San Juan, el agua y la sangre que brotaron del costado de Cristo cuando fue abierto por la lanza, evocan de un modo suficiente este nacimiento. Además, desde la primera aparición del Resucitado a sus apóstoles, lo esencial del misterio de la Pascua ha sido ya evocado: “Como mi Padre me envió, así también Yo os envío... Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20, 21-22). Pero si consideramos esta misma realidad “desde el lado” de los apóstoles, resulta que se pasan cincuenta días desde la Resurrección hasta la venida del Espíritu Santo sobre la primera comunidad cristiana. Del Viernes Santo a Pentecostés, tienen lugar una serie de acontecimientos: la resurrección, las apariciones de Cristo resucitado, y, sobre todo, la Ascensión, que el cómputo litúrgico fija cuarenta días después de la Pascua.

La cuestión que, por consiguiente, se plantea, es esta: ¿Por qué el acontecimiento pascual no se ha guardado como la fecha de la fundación de la Iglesia? Es muy comprensible que a los apóstoles les haya hecho falta un cierto tiempo para comprender todas las cosas que habían pasado. Pero esta no es una razón suficiente para retardar la fecha de la fundación de la Iglesia cincuenta días. Por otra parte, nunca se ha dado esta explicación, sino que ha parecido más sencillo el decir que, de facto, el Espíritu Santo no había descendido sobre los apóstoles hasta ese día.

La verdadera razón es que los apóstoles estaban llamados a ser los fundamentos de la Iglesia y que, para llegar a serlo, ellos tienen que recorrer un camino espiritual, acomodando progresivamente su fe ordinaria a la realidad de la resurrección.

El momento esencial de este camino es la Ascensión de Cristo. Los apóstoles comprenden entonces que el Reino no es de este mundo, pero que, sin embargo, se construye en este mundo, a partir de la semilla plantada por Cristo y gracias a una tarea llamada la misión universal. Entonces ya está todo preparado para que aparezca en todo su esplendor el testimonio autorizado de los discípulos acerca de la resurrección. Este testimonio funda la Iglesia en la realidad de este mundo, porque, por vez primera, unos hombres elegidos por Cristo para eso actualizan la resurrección de Cristo, por medio de su contribución común a la realización de los designios de Dios. Por tanto, no cabe duda de que verdaderamente se ha difundido el Espíritu de Cristo.

El Pentecostés judío que evocaba la alianza del Sinaí era muy apto para servir de punto de apoyo a la primera manifestación de la Iglesia. En el Espíritu del Padre y del Hijo se ha sellado una nueva alianza.


· PENTECOSTÉS Y LA MISIÓN UNIVERSAL.


Después de la venida del Espíritu Santo sobre la comunidad reunida, los apóstoles empiezan a dar testimonio públicamente de Cristo resucitado. Ellos han participado de su vida; han tenido esa experiencia muchas veces, desde la Pascua de Cristo. El testimonio de los apóstoles tiene, de derecho, un alcance universal, porque la vida que le anima es la misma vida de Aquel que ha amado a todos los hombres hasta el fin.

Para comprender la misión de la Iglesia, hay que volver siempre al testimonio apostólico en sus orígenes. Los elementos esenciales que integran la misión universal se encuentran allí. La Iglesia cuando evangeliza propone el misterio de la resurrección. La Iglesia vive efectivamente del misterio del que está dando testimonio. El contenido de esta vida es un amor sin fronteras.

Y, sin embargo, ¡qué camino se ha recorrido si se compara el testimonio apostólico del primer día y la misión paulina! Persuadidos de que el retorno de Cristo es inminente y de que la Jerusalén terrena será el escenario de esta intervención decisiva, los apóstoles dan testimonio de Cristo resucitado, pero no abandonan Jerusalén. Serán los acontecimiento los que les hagan ver claro acerca de las consecuencias misioneras de su testimonio. El martirio de Esteban prepara la evangelización de Samaria, y los judíos que habían venido a Jerusalén se llevan la Buena Nueva a sus tierras. Entonces se hace un llamamiento a los apóstoles. Entran en la Iglesia los primeros paganos. Poco a poco, los apóstoles llegan a la convicción de que el testimonio apostólico halla su desarrollo normal en la misión. Un día la Iglesia de Antioquía enviará a sus responsables de misión: Bernabé y Pablo harán juntos el primer viaje apostólico.

Durante toda su historia, la Iglesia no ha dejado de reflexionar en las implicaciones de su misión universal. San Pablo pudo pensar que la misión entre los paganos era una obra que estaba a su alcance. Hoy, sin embargo, comprobamos que esta obra apenas ha comenzado; la empresa es gigantesca. Dar testimonio de Cristo resucitado es arraigar el misterio de Cristo y de su sacrificio perfecto en el corazón del dinamismo espiritual que anima a los pueblos y a las culturas. Toda la realidad humana -y con ella toda la creación- debe pasar de la muerte a la vida.

El primer Pentecostés contiene ya en germen todo el crecimiento ulterior de la misión y las tomas de conciencia que se han conseguido en el curso de los años. En germen, pero sólo en germen. Lo contrario sería anormal, puesto que el tiempo del Espíritu es el de la edificación del Reino y el de la responsabilidad de cada uno en respuesta a la iniciativa siempre obsequiosa del Padre.


· EL PRIMER PENTECOSTÉS Y LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA.


El relato que nos hacen los Hechos de lo Apóstoles acerca del primer Pentecostés evoca como de una manera anticipada los frutos extraordinarios de la presencia del Espíritu en la comunidad apostólica. Desde que el Espíritu obra en el testimonio de la resurrección dado por los apóstoles, caen los muros de separación existentes entre los hombres, y el obstáculo de las lenguas puede ser superado. En medio del esplendor de su diversidad y de su unidad nuevamente hallada, la Iglesia completamente acabada parece encontrarse allí, como a escala reducida, el día del primer Pentecostés cristiano. Animados por el Espíritu, los hijos adoptivos del Padre se reúnen en torno al Hermano Mayor.

Este relato expresa con mucha exactitud lo que ocurre en una celebración eucarística. La antífona de comunión de la misa de Pentecostés está muy bien elegida para ese momento. “Todos, llenos del Espíritu Santo, cantaban las maravillas de Dios”. En la Eucaristía, la tensión entre el presente y el futuro alcanza su máxima intensidad. El Espíritu obra en ella como en su terreno privilegiado. Reunidos en torno a Cristo resucitado, los hijos adoptivos dan gracias por El, con El, en El. Los ausentes también están, en cierta manera, presentes, porque la convocatoria universal a la salvación alcanza a todos los hombres. La recapitulación cósmica es efectiva... “Por eso el mundo entero, desbordante de alegría, se estremece de felicidad a través de toda la tierra”.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA IV MAROVA MADRID 1969.Pág. 278 ss.
Tomado de la Biblioteca Digital Catolica (www.mercaba.org)

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"La Paz De Cristo en el Reino de Cristo"
Acción Católica Mexicana Diócesis de Querétaro
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Jose Luis Aboytes

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