jueves, mayo 11, 2006

El Adolescente y su Mundo

Autor: Catholic.net
Capítulo 3: III.
Dimensión Psicológica - Afectiva
Guste o no, un niño no puede permanecer para siempre en la etapa infantil. Cuando el desarrollo físico llega a determinado punto, se espera que el niño madure psicológicamente y abandone la conducta infantil. Elaborar el cambio desde la infancia a la adultez es una tarea demasiado vasta para un lapso breve de tiempo. Por consiguiente, el niño debe contar con tiempo para realizar el cambio. Esa es la función de la adolescencia. Estos cambios de comportamiento son importantes y acompañan las rápidas alteraciones físicas propias de la adolescencia. A medida que el desarrollo corporal va siendo más pausado, en la adolescencia final, las modificaciones de la conducta también se hacen más lentas.
El muchacho se encuentra con más problemas nuevos y con menos tiempo para resolverlos que en ningún otro período anterior de su vida. Se da cuenta de que en razón de su apariencia adulta se espera que actúe como tal, pero no sabe cómo hacerlo; debe aprender a valerse por sí mismo y a enfrentarse al mundo sin que sus padres y formadores hagan de armadura o parachoques, como lo hacían cuando era un niño, pero a la vez necesita y busca, aunque no siempre explícitamente, el consejo y la guía firme de sus formadores.Para los muchachos todos estos cambios no son superficiales. Los cambios iniciales les preocupan y a veces les asustan. Ellos necesitan que se les explique qué les está sucediendo. Muchas veces se sienten culpables por los cambios que experimentan, por falta de una información básica. Y, como ya hemos señalado, es necesario dar una información adecuada: se trata de prevenir no de adelantar experiencias. Si el formador no se siente aún capacitado, pida el consejo de expertos, o remita esta labor a la persona de un sacerdote.
A. Cambios en las pautas de conducta acostumbradasLos constantes cambios físicos y psicológicos muchas veces no son entendidos por el adolescente. Esto se manifiesta claramente en una constante insatisfacción, en un no entender su propio mundo interior y no sentir como propio el mundo externo que le rodea. El púber muestra una característica aversión al trabajo. Hace lo menos posible en el hogar y en la escuela, descuida a menudo los deberes asignados en el seno familiar y deja sin hacer las tareas escolares. Aun cuando padres y maestros acusen al muchacho de "pereza premeditada", ésta responde en gran parte a razones fisiológicas. Es un resultado directo del rápido crecimiento físico de la pubertad que absorbe sus energías y lo lleva a tal grado de cansancio que no tiene ni el gusto ni la motivación para realizar más de lo que es absolutamente necesario. Cuando se le culpa o se le castiga desproporcionadamente por no hacer lo que se espera de él, estas actitudes contribuyen a crear resentimientos que reducen aún más su motivación.El niño muestra un interés agudo por el juego, y si se reúne con otros es para jugar; también se aficiona a la lectura y a los programas infantiles de televisión. En cambio, el adolescente empieza a perder el interés en esas actividades. No pocas veces le invade el aburrimiento, se aleja del contacto social con sus compañeros y pasa la mayor parte del tiempo solo, tendido en algún lugar o elaborando sueños diurnos. Este cambio se debe también en parte al estado general de fatiga paralelo al crecimiento veloz y a las alteraciones glandulares. El muchacho puede desarrollar fácilmente una actitud antagónica hacia otros, comprendidos los miembros de su familia, sus profesores y sus compañeros. Tiende a la crítica y al desprecio de todo lo que dicen o hacen. Por ello, muchas de sus amistades de la infancia se ven forzadas a romper relaciones con él. Los objetivos especiales en los que se descarga el antagonismo del muchacho son los miembros del sexo opuesto. En tanto que el antagonismo sexual es pronunciado durante la etapa de pandilla del final de la infancia, alcanza por lo general su pico de intensidad en el curso de la pubertad. Los muchachos se sienten resentidos por el mayor tamaño y desenvoltura de chicas de su misma edad. Lógicamente este antagonismo, poco a poco, se va convirtiendo en atracción y aventura.Hay una fuerte emotividad: o se aísla o se lanza a la exterioridad. Muchos jóvenes necesitan mostrarse extrovertidos ante sus compañeros para no dar a conocer posibles conflictos interiores. Otros, por el contrario, optan por hacer su vida paralela a la de los demás como si los demás no pudieran comprender su fuerte mundo emocional y pasional. Los enamoramientos repentinos, los constantes sentimientos de incomprensión de parte de los demás, etc., tienen su raíz en el gran potencial emotivo que caracteriza a la adolescencia.Esta emotividad, bien encauzada, lleva al entusiasmo típico del adolescente; es fácil atraerlo con lo novedoso pero también con los "antiguos ideales" de la infancia si son presentados con otras perspectivas y con motivaciones adecuadas. El formador que sabe identificarse con el entusiasmo propio del preadolescente pronto ganará su atención y, si sabe ofrecer cauces adecuados a ese entusiasmo, también su liderazgo.
Hay tendencia a la rebeldía, a las constantes discusiones, a la actitud de contradecir por sistema, a aparentes comportamientos antisociales. No es raro que el adolescente, con mayor o menor conciencia, lance un reto a la seguridad y autoridad de su formador, a través de comportamientos o interpelaciones que intentan desbordar los márgenes de la conducta ideal de un "niño bueno". En estas ocasiones el adolescente, no pocas veces, está poniendo a prueba la firmeza de su formador. Éste debe mostrarse ecuánime, sereno, sin nerviosismos o impaciencias. Actuando así pronto acrecentará su liderazgo sobre el muchacho. En el fondo el muchacho está buscando una persona que tenga la seguridad que él no tiene, aunque quiera actuar como si la tuviera.Hay tendencia a buscar escapismos. Tendencia a buscar escapismos. El adolescente se sabe en plenitud de vida y con una energía constante que parece no tener límites. Esta vitalidad los lleva muchas veces a buscar un tipo de mundo distinto del que tienen entre manos. Cuando con el paso del tiempo se van dando cuenta de que el mundo no va a cambiar, muchos de ellos van buscando ciertas salidas de escape; la modalidad de éstos dependerá de la forma de ser de cada adolescente, de su extroversión o introversión.
A propósito de este tema es importante tener en cuenta el síndrome internet (incluyendo aquí los juegos electrónicos y todo lo referente a realidad virtual) para entender lo que empieza a suceder con numerosos adolescentes que tienen una verdadera adicción al mismo. De no controlarse esta adicción (límite de tiempo), independientemente del problema de los contenidos nocivos al alcance del muchacho, se crea un verdadero desajuste psíquico que afecta a las relaciones familiares y sociales del muchacho. La dependencia de internet en la que algunos muchachos caen les puede llevar a momentos fuertes de depresión a la hora de volverse a encontrar con la realidad, después de horas de "evasión virtual".La adolescencia es la época en la que el muchacho está definiendo su personalidad y su carácter se va evidenciando cada vez más. No resulta fácil para el adolescente lograr la identidad de su personalidad. Una tendencia muy marcada en ellos es la de dividir la vida entre su mundo interior y su forma de presentarse ante los demás, en su grupo de amigos y su medio ambiente. Son muchos los elementos que pueden desviar a un preadolescente y a un adolescente en este sentido. La presión ambiental muchas veces provocará un choque interno, una división entre la forma de pensar de su núcleo familiar y la forma de pensar de las amistades nacientes. Hay que controlar estas divisiones para que vayan encontrando cauces de solución y para que el muchacho aprenda a "distinguir sin separar".
La afectividad también va experimentando cambios. Hemos señalado ya cómo el antagonismo inicial hacia el sexo femenino se va transformando en atracción. Esta atracción en un inicio tiene un marcado carácter fisiológico, manifestado principalmente en la curiosidad por el conocimiento del cuerpo femenino y por la necesidad de dirigir hacia él la tendencia pasional que el muchacho siente cada vez con más fuerza. A esta atracción fisiológica se va incorporando la atracción psicológico-afectiva, provocada en parte por el descubrimiento de los límites de la propia afectividad masculina y en parte por el descubrimiento de la riqueza de la afectividad femenina. El muchacho empieza a percibir que sus tendencias afectivas tienen una dirección definida y ve la necesidad de realizarse en la complementariedad femenina.Se sabe que en esta fase el muchacho termina de definir el así llamado sexo de género, es decir, termina de identificarse psicológicamente en modo pleno con su masculinidad, en parte por la adaptación completa a su cuerpo, en parte por la clara diferenciación que establece espontáneamente entre él y el sexo opuesto. En este proceso son conocidos los titubeos que pueden darse, especialmente si no ha habido de por medio una educación sana y equilibrada, sin descartar posibles causas patológicas. El muchacho no debe asustarse si, en esta fase de definición, en algunos momentos siente (no consiente) cierta inclinación hacia compañeros del mismo sexo. Se le debe ayudar para que, poco a poco, oriente definitivamente sus inclinaciones sexuales y se abra sin temores hacia la novedad del sexo femenino. Es este temor lo que muchas veces provoca un encerramiento en la propia sexualidad, manifestándose a veces en el autoerotismo y, llevado al extremo, en la homosexualidad. Esto es, en definitiva, arrastrar la propia sexualidad, cuya realización está en la donación fecunda, hacia la contradictoriedad y el sinsentido.
B. La transición a la madurez
Pocos jóvenes logran la transición de la infancia a la adultez sin "cicatrices emocionales". A veces tales marcas carecen de importancia; en otras ocasiones son tan perjudiciales que los adolescentes renuncian a la lucha y permanecen inmaduros durante el resto de sus vidas. Ciertos efectos de la transición son más comunes y más perniciosos que otros: inestabilidad, preocupación por los problemas que deben enfrentar, conducta perturbadora e infelicidad.
Inestabilidad
Proviene de sentimientos de inseguridad y ésta, a su vez, se presenta cuando la persona debe abandonar las pautas habituales y sustituirlas por otras. El adolescente ya no puede conducirse como un niño, pero no se siente seguro de su capacidad para hacer lo que la sociedad espera de él.Los sentimientos de inseguridad siempre son acompañados de tensión emocional; el muchacho se muestra preocupado y ansioso, o enojado y frustrado. Raramente es feliz en medio de su inseguridad porque se da cuenta de que su conducta refleja su falta de confianza en sí mismo. La tensión emocional puede expresarse exterior o interiormente; el adolescente puede ser agresivo, tímido o retraído. El adolescente muchas veces ve todo lo que le está sucediendo con una gran confusión de sentimientos. Por una parte se siente culpable del desenvolverse de su inestabilidad, y por otra, tiene la impresión de que él está sufriendo algo de lo que no es culpable. Un formador que sabe esperar, y sabe reaccionar siempre con una equilibrada comprensión en los momentos más difíciles, tendrá asegurada una respuesta muy noble por parte del adolescente, aunque quizá ésta no sea inmediata.La inestabilidad se exterioriza, asimismo, en pautas de conducta no relacionadas con la emotividad. Algunos adolescentes exageran su dedicación escolar, otros se lanzan con entusiasmo a la práctica de deportes, y otros pasan la mayor parte de su tiempo en actividades sociales. Algunos dan cuenta de su inestabilidad alternando sus gustos, sus intereses, sus aspiraciones vocacionales y sus amistades.A medida que avanza la adolescencia, el muchacho se hace cada vez más estable. Con cuánta anticipación y con qué grado de éxito habrá de alcanzar la estabilidad depende en parte de su motivación para acelerar la transición hacia la madurez y, en parte, de las oportunidades con que cuente para hacerlo. Cuando descubre que la gente considera su inestabilidad de modo desfavorable, encuentra una motivación para hacerse más estable y digno de confianza. Cuando tiene motivaciones especiales (una "misión", una personalidad líder que forjarse, etc.), se acelera su estabilidad y el logro de la madurez.Ante la inestabilidad del adolescente, el formador debe mostrarse siempre como el amigo fiel que no cambia de parecer aunque cambien las circunstancias. En ocasiones se ha podido constatar que frases como: "tú antes no eras así..." "cómo has cambiado en cuestión de meses..." u otras parecidas, han provocado reacciones muy negativas en los adolescentes. El buen formador ejercerá un valioso papel de guía si va un paso por delante y le explica oportunamente al muchacho qué le va a acontecer. Así será para el adolescente como un amigo de los tiempos difíciles; cuando éstos lleguen, el adolescente sabrá a quién recurrir.Preocupación por los problemasLa adaptación a nuevas situaciones siempre ocasiona problemas. Por diversas razones, en la adolescencia los problemas parecen más graves de lo que son en realidad o de lo que parecerían si se presentaran en otras edades. Los problemas del adolescente se intensifican si las tareas evolutivas de la infancia no han sido dominadas completamente. Esto debe hacer pensar a los educadores que a la persona no se le puede empezar a formar cuando llega a la adolescencia, o ante ciertos problemas.El adolescente se preocupa con problemas concernientes a su hogar (relaciones con miembros de la familia, disciplina), a la escuela (calificaciones, relaciones con profesores, actividades ajenas a los estudios), al estado físico (salud, ejercicios), a la apariencia (peso, atractivo físico, conformación adecuada al sexo), a las emociones (desbordes temperamentales, estado anímico), a la adaptación (aceptación por los compañeros, roles dirigentes), a la vocación (selección, capacitación) y a los valores (moralidad, drogas, sexo, etc.).La principal razón de que la adolescencia sea denominada una "edad de problemas" reside en que con frecuencia se juzga al muchacho según pautas adultas en lugar de hacerlo con las apropiadas para su edad. Por ejemplo, es necesario saber que gran parte de sus maneras groseras y de su vestimenta caprichosa cumplen el objetivo de atraer la atención ajena hacia sí mismo. Asimismo, su egocentrismo lo hace poco cooperativo, lo vuelve desconsiderado con otros y proclive a hablar de sí mismo y de sus problemas. Un comportamiento semejante revela inmadurez y conduce a que se emitan sobre él juicios desfavorables.
El adolescente es más un problema para sí mismo que para los demás. No se ha adaptado a su nuevo rol en la vida, por lo cual se siente confuso, inseguro y ansioso. Es un error tratarlo como si fuese un niño o esperar que se comporte como un adulto. En tanto el muchacho permanece en este estado de confusión e incertidumbre no cesa de estar tenso y nervioso. Esto lo conduce, a veces, a una conducta agresiva, perturbadora y que busca llamar la atención; o a la depresión, irritabilidad e infelicidad.
Después de alejarse afectivamente de sus padres, muchos adolescentes se sienten a la deriva y necesitan encontrar nuevas fuentes de protección para sus problemas. Algunos se vuelven hacia profesores, sacerdotes, hermanos mayores, parientes adultos y amigos de la familia. Otros consideran a todos los adultos como representantes de la autoridad y evitan colocarse en una posición de sometimiento frente a ellos. Entonces requieren ayuda de miembros de su propia edad o, si no tienen confianza en el auxilio que éstos pueden prestarles, se ponen en comunicación con consejeros invisibles a través del correo y obtienen respuestas en columnas apropiadas de periódicos y revistas o por medio de la radio y la TV.
Muchos de los problemas que enfrenta el preadolescente atañen, también, al adolescente tardío. Esto indica que el adolescente mayor no resolvió satisfactoriamente los problemas que se le presentaron en la etapa anterior. Por ejemplo, si sigue muy preocupado por su apariencia, si busca escaparse de sus responsabilidades escolares con otras actividades, o si las relaciones con miembros del sexo opuesto todavía constituyen un problema. Infelicidad Es posible que una inadecuada evolución en la adolescencia lleve al muchacho a desarrollar ciertos rasgos de infelicidad. De por medio está: un desconocimiento agudo de la propia personalidad y del sentido de su vida y de las situaciones concretas por las que atraviesa; una permanente falta de aceptación personal provocada muchas veces por nocivas comparaciones con otras personas; una desmotivación constante que no le permite tomar la propia vida como reto y como "el negocio más grande" que tiene entre manos. No se pueden olvidar las circunstancias y el ambiente que tanto golpean a los muchachos de esta edad. Son varias las razones por las que estos rasgos de infelicidad deberían estar sujetos a un cuidadoso control. En primer lugar, la infelicidad conduce a una conducta que la perpetúa. El adolescente que exhibe cierta infelicidad por su expresión taciturna o mediante una conducta antisocial, descubre que las reacciones sociales que suscita son tan desfavorables que lo convierten en un ser rechazado. Esto acentúa su infelicidad y lo lleva a otras formas de conducta que intensifican el rechazo social.La infelicidad se convierte a menudo en un estado habitual. Deja su marca en la expresión facial de la persona y en su modo característico de adaptarse a la gente y a las situaciones que le depara la vida. Los formadores deben intervenir decididamente para cortar de raíz las causas de esa infelicidad que se puede ir incrustando en el alma del muchacho. Las consecuencias, aunque se estén gestando en el silencio, pueden salir a la luz después de varios años y de forma tristemente dramática.La infelicidad conduce a ajustes personales y sociales deficientes que, con el tiempo, pueden derivar en perturbaciones de la personalidad. Que esto suceda o no depende en gran medida de la forma de expresión que adopte la infelicidad. Por ejemplo, el adolescente que mitiga los tormentos de su condición infeliz refugiándose en un mundo de pensamientos quiméricos tiene más probabilidad de llegar a padecer trastornos mentales que quien expresa su infelicidad disputando con otros.C. Cómo se facilita la transición hacia la adultezLa persona que es inmadura en la adultez lo fue también, muy probablemente, durante toda su adolescencia. Tal vez no contó con el estímulo ambiental o la motivación suficiente para aprender lo que aprendieron sus compañeros. De ahí la importancia de facilitar la transición a la madurez. Será muy útil en la educación del adolescente que se combine una restricción con un privilegio (por ejemplo, dar o no un permiso, conceder un viaje especial). Esto hará que el adolescente asuma la responsabilidad de sus acciones y al mismo tiempo acentuará su responsabilidad hacia el grupo social.Ayudará, también, que los formadores combinen una acción de libertad con una de responsabilidad. Cuando el adolescente aprenda que los derechos y las responsabilidades van unidas, el hecho lo ayudará a refrenar sus exigencias de derechos hasta ser capaz de manejarlos con éxito.Es bueno también alternar un elogio (entendido más como aliento) con una crítica positiva. Demasiados cumplidos pueden conducir al adolescente a una confianza en sí mismo llena de vanidad que disminuirá su motivación para conformarse a las expectativas sociales. Una crítica persistente debilitará la confianza en sí mismo y hará también decrecer su motivación. Un equilibrio saludable entre ambas actitudes, por el contrario, incrementará su motivación para aprender lo que se espera de él y reforzará la confianza en sus actitudes.Se deben relacionar las exigencias del adolescente con su capacidad de aprendizaje. No hay manera más rápida de inducir al adolescente a romper sus vínculos con la infancia y a desarrollar sus propias pautas de pensamiento y de acción que brindarle la motivación necesaria para que haga aquellas cosas que están a su alcance, de acuerdo con su grado de desarrollo. Es decir, el formador debe conocer bien las posibilidades del adolescente en cada fase y dimensión de su personalidad, y debe inducirle a potenciarlas lo más posible.Un elemento que ayudará al muchacho es enseñarle a dejar el egocentrismo característico de esta etapa de manera que comprenda que no es el centro del pensamiento y sentimientos de las demás personas como él lo experimenta. Y, por otro lado, es preciso que aprenda a distanciarse de su impresionabilidad para ser más objetivo y sereno en sus juicios y actitudes ; que contrarreste los sentimientos negativos con actos positivos.
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Jose Luis Aboytes

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