Soy un hombre como tú
• Pbro. Paulo Alejandro González Enríquez, www.semanrio.com.mx
Hola, soy Simón, nací hace ya muchos años en una pequeña aldea de Galilea, en la ribera del Lago de Genesaret; de joven fui pescador, como el resto de mi familia; tenía un hermano con quien compartí trabajo y muchas experiencias, de nombre Andrés. Quienes me conocieron decían que era muy impulsivo y temperamental; probablemente, y si lo dicen algo habrá de cierto; lo que recuerdo bien es que en más de una ocasión tuve miedo, y ese miedo me llevó a mentir; pero, superado el temor, no tuve nunca más necesidad de hacerlo.Terminada mi juventud, dejé mi oficio familiar de pescador y el pequeño lago que me vio nacer se me hizo tan pequeño que emprendí nuevos caminos en una barca más grande; me vi obligado a abandonar a mi familia, mi tierra, mis costumbres, mi manera de pensar y, sobre todo, mis temores, y me arrojé mar adentro en la inmensidad de lo desconocido; no volví la mirada atrás, jamás. Como puedes ver, soy igual que tú, con una patria, una familia, un oficio, temores… Y por azares del destino también tuve que abandonar mi patria. Soy un hombre como tú.
Una mirada
Empero, te preguntarás por qué dejé mi tierra, familia y oficio, y cómo fue que superé mis miedos. Sólo puedo responder que fue gracias a una mirada, a una mirada tan penetrante que se clavó en mi ser, hasta lo más hondo de mi corazón; una mirada que vio más que un pescador en mí, y me dijo: «¡Sígueme!». Parecía que me conocía de años atrás, sabía mi nombre y el de mi padre; pero eso no es todo, sabía sobre mi futuro, pero no me obligó a seguirlo, sólo me invitó, y yo no pude negarme; fue entonces cuando me dijo: «¡Tú te llamarás Pedro, que quiere decir piedra!». En estas pocas palabras estaba definida mi vocación y mi destino; quien me llamó y me miró de tal manera, no fue cualquier hombre, fue uno como no habrá otro, fue Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, y bien valía la pena dejarlo todo por decirle ¡sí!, pero no por esto dejé de ser un hombre como tú.
Una misión
No importando el llamado y la misión que he recibido de parte de Dios, y el lugar que me ha dado al frente de la Iglesia, hoy quiero repetirte, hasta el cansancio, que soy un hombre como tú, y que por lo mismo no estoy dispuesto a recibir privilegios; esto te lo digo hoy a ejemplo de quien me llamó, de quien renunció abiertamente a cualquier pretensión de poder. No pretendo tener otras garantías que no sean la Palabra que me ha sido confiada, y con esta sinceridad te expreso mi rechazo a cualquier confusión, pues soy un hombre que desea solamente encontrar a otros hombres para llevarlos hacia donde yo me dirijo, también como peregrino; pero te aclaro que no te debes entregar a mí, ni yo tengo el derecho de ser tu amo, ni siquiera en el ámbito de la fe, y lo mismo digo hoy a los pastores que gobiernan el rebaño: No somos el supremo pastor, más bien formamos, al igual que los demás miembros del rebaño, parte de una misión específica; hemos sido puestos al frente, pero no en la meta.
Para mí, no exijo protecciones suplementarias, tutelas especiales al margen de aquel amor por el que, desde aquella mirada, me siento envuelto y del que pretendo ser testigo, y no dueño.
Con este rechazo sólo intento hacerte ver que tú, al igual que yo, estamos destinados a la adoración a Dios, Quien es el único que tiene derecho. No me tengas por el que no soy; no desvíes hacia mí ni siquiera una brizna de esa gloria que ha de tributarse exclusivamente a Dios.
Soy un hombre como tú, por lo tanto, no puedo sustituir a Dios; ni, mucho menos, tengo derecho a dominar tu conciencia, a pisotear tu libertad. Yo, al igual que Dios, te quiero en pie, ¡levántate! Dependo única y exclusivamente de Dios, y soy, como tú, un peregrino y seguidor de Jesucristo, por lo que por lo mismo, soy un hombre como tú.
si reenvias este mensaje, puedes eliminar que proviene de esta lista, pero la fuente y el autor de este mensaje conservala.
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"La Paz De Cristo en el Reino de Cristo"Una mirada
Empero, te preguntarás por qué dejé mi tierra, familia y oficio, y cómo fue que superé mis miedos. Sólo puedo responder que fue gracias a una mirada, a una mirada tan penetrante que se clavó en mi ser, hasta lo más hondo de mi corazón; una mirada que vio más que un pescador en mí, y me dijo: «¡Sígueme!». Parecía que me conocía de años atrás, sabía mi nombre y el de mi padre; pero eso no es todo, sabía sobre mi futuro, pero no me obligó a seguirlo, sólo me invitó, y yo no pude negarme; fue entonces cuando me dijo: «¡Tú te llamarás Pedro, que quiere decir piedra!». En estas pocas palabras estaba definida mi vocación y mi destino; quien me llamó y me miró de tal manera, no fue cualquier hombre, fue uno como no habrá otro, fue Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, y bien valía la pena dejarlo todo por decirle ¡sí!, pero no por esto dejé de ser un hombre como tú.
Una misión
No importando el llamado y la misión que he recibido de parte de Dios, y el lugar que me ha dado al frente de la Iglesia, hoy quiero repetirte, hasta el cansancio, que soy un hombre como tú, y que por lo mismo no estoy dispuesto a recibir privilegios; esto te lo digo hoy a ejemplo de quien me llamó, de quien renunció abiertamente a cualquier pretensión de poder. No pretendo tener otras garantías que no sean la Palabra que me ha sido confiada, y con esta sinceridad te expreso mi rechazo a cualquier confusión, pues soy un hombre que desea solamente encontrar a otros hombres para llevarlos hacia donde yo me dirijo, también como peregrino; pero te aclaro que no te debes entregar a mí, ni yo tengo el derecho de ser tu amo, ni siquiera en el ámbito de la fe, y lo mismo digo hoy a los pastores que gobiernan el rebaño: No somos el supremo pastor, más bien formamos, al igual que los demás miembros del rebaño, parte de una misión específica; hemos sido puestos al frente, pero no en la meta.
Para mí, no exijo protecciones suplementarias, tutelas especiales al margen de aquel amor por el que, desde aquella mirada, me siento envuelto y del que pretendo ser testigo, y no dueño.
Con este rechazo sólo intento hacerte ver que tú, al igual que yo, estamos destinados a la adoración a Dios, Quien es el único que tiene derecho. No me tengas por el que no soy; no desvíes hacia mí ni siquiera una brizna de esa gloria que ha de tributarse exclusivamente a Dios.
Soy un hombre como tú, por lo tanto, no puedo sustituir a Dios; ni, mucho menos, tengo derecho a dominar tu conciencia, a pisotear tu libertad. Yo, al igual que Dios, te quiero en pie, ¡levántate! Dependo única y exclusivamente de Dios, y soy, como tú, un peregrino y seguidor de Jesucristo, por lo que por lo mismo, soy un hombre como tú.
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Acción Católica Mexicana Diócesis de Querétaro
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Jose Luis Aboytes
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