miércoles, mayo 17, 2006

El Adolescente y su Mundo

Autor: Catholic.net

Capítulo 6: VI. Dimension Moral y Espiritual


DIMENSIÓN MORAL


A. Algunas consideraciones generales sobre el desarrollo moral

El desarrollo en la estructura moral de la persona implica, por una parte, el desarrollo fisiológico y psicológico, lo que permite a la persona el ir percibiendo la realidad de forma cada vez más profunda. Esto, a su vez, facilita la percepción y conceptualización más explícita de la bondad objetiva de las cosas. Por otro lado está implicado el desarrollo espiritual, pues el muchacho, al ir descubriendo lo que Dios quiere de Él, percibe más claramente el valor moral de los actos. Por otra parte está lo que el ambiente, la educación y demás elementos externos le proporcionan a la persona. Y está implicado también el desarrollo intelectual, puesto que el desarrollo moral se apoya en diversos niveles de razonamiento. La interacción progresiva de estos elementos implicará una transformación profunda en la respuesta moral y en las motivaciones de base.

Existen, por tanto, diversos estadios en el desarrollo moral que dependen de la estructura interna de la persona y que se manifiesta en el tipo de respuesta ante las situaciones y la motivación de fondo por la que actúa. Crecer moralmente no significa sólo cambiar de opinión sobre un problema particular, significa trasformar el modo de razonar y de percibir la realidad, extendiendo la propia perspectiva hasta incluir criterios de juicio no considerados anteriormente, criterios que acercarán más a la verdad y al bien objetivo (el criterio, por ejemplo, de la justicia, de la solidaridad, de la comunidad de intereses, etc.).

La cualidad del ambiente social ejerce una influencia significativa en el ritmo y en el nivel de desarrollo que la persona alcanza. Un ambiente intelectual y moralmente pobre no dará la suficiente motivación para el desarrollo.

El educador no debe acelerar indebidamente el desarrollo, queriéndose saltar algunos de los estadios y exigiendo actitudes, respuestas y motivaciones que la persona aún no puede dar. Es importante, por otro lado, el no buscar estimular el razonamiento moral del muchacho cuando uno mismo está enojado y fuera de sí, de otro modo se empeora su comportamiento.

El desarrollo no está gobernado necesariamente por la edad y no todas las personas llegan a desarrollar todos los estadios (por eso se dice que hay adultos que actúan como adolescentes). Tarea del educador es la de crear las condiciones que estimulen el máximo de desarrollo para cada persona, buscando el paso al siguiente estadio. Sin embargo es importante ser realistas en las expectativas, recordando que es necesario todo el largo período de la adolescencia para que el muchacho pueda ponerse en la perspectiva de todo el orden moral y el orden social completo.

La persona puede ser atraída por razonamientos de un estadio más elevado del que él se encuentra, pero no por los de uno más bajo. De ahí lo positivo de las discusiones de grupo sobre problemas morales con participantes de diversos niveles. Asimismo, es conveniente crear ocasiones para que los educandos participen en el decidir de reglas de convivencia grupal, familiar, etc.

El desarrollo cognitivo es una condición necesaria pero no suficiente. Es esencial la capacidad de razonamiento abstracto para establecer una jerarquía de valores que luego debe aplicarse en la actuación moral concreta. De ahí la importancia del desarrollo paralelo de los hábitos intelectuales de conceptualización, de análisis y síntesis.

Condición necesaria también es la empatía (ponerse en el lugar del otro, entender su postura, condividir sus vivencias): ésta permite entender qué es una "comunidad" y qué es lo justo o no en una relación interpersonal. Los educadores deben tener muy presente esta condición para poder desarrollarla adecuadamente, teniendo en cuenta, además, que la apertura al bien del otro ayuda a percibir con más facilidad un bien absoluto y trascendente.

Para desarrollar la empatía, papel que toca principalmente a la familia y a los formadores, es hablar tranquilamente con el muchacho sobre los efectos que en la familia, el grupo, los amigos, causan sus acciones irresponsables; ayudarle a tomar una decisión estimulándole a considerar a todos aquellos que están implicados en su decisión (incluyendo, por su puesto, a Aquél que está especialmente implicado); comprender los sentimientos e impresiones propias del muchacho; ayudarle a clarificar sus propias percepciones e impresiones en referencia a encuentros o eventos que le han golpeado, etc.

Si el fin de la educación moral es el desarrollo óptimo de cada persona en relación con el bien moral objetivo, y si los elementos que influyen en este desarrollo, entre otros, son:

a) la estimulación cognitiva (conocer lo bueno),
b) el ambiente social (percibir lo bueno con facilidad) y
c) la empatía (ver el bien del otro), entonces los programas educativos deberían tener siempre en cuenta a la persona concreta y dirigirse, entre otras cosas, a las modificaciones necesarias en el ambiente y en la persona.

B. Etapas del desarrollo moral

Kohlberg describió seis estadios o etapas de razonamiento moral dentro de tres niveles:

a. Nivel I: moralidad preconvencional (4 a 10 años de edad).
b. Nivel II: moralidad de conformidad con el papel convencional (edades de los 11 a 14)
c. Nivel III: moralidad de principios morales autónomos (edad: 15 o más tarde, o nunca).

Según Kohlberg el niño, antes de los diez años, está atento a las reglas culturales y a las "definiciones" de bien y mal, de justo y equivocado; pero en gran parte las interpreta o en función de las consecuencias físico-hedonistas de la acción (castigo, recompensa, intercambio de favores) o en función del poder físico de quien enuncia las reglas. El niño sabe que la gente mayor no es como él, que ellos saben más cosas, que saben siempre lo que hay que hacer o no, lo que está bien o mal; pero no se identifica psicológicametnte con la sociedad o el grupo, dado que no ha desarrollado todavía la capacidad de asumir el rol de los mayores.

El niño en su primera infancia (hasta los 7 años más o menos) está orientado más al concepto de castigo-obediencia (primer estadio), donde ve no tanto el valor de la acción en sí, sino sólo la aprobación o no de la misma: "si me castigan está mal lo que he hecho, sino no me castigan está bien". Es necesario ayudar a los muchachos a salir de este estadio lo antes posible haciéndoles ver el porqué de la obediencia, no en función del castigo.

En la segunda infancia normalmente se entra en el segundo estadio, en el que se pasa del miedo al castigo a la esperanza de recompensa. Generalmente se identifica el bien con aquello que promete una recompensa. Hay un sentido de reciprocidad: te doy para que me des. Hay de superación, con respecto al estadio anterior, una concepción más positiva de lo bueno, de la sociedad. Todavía el juicio es bastante concreto y egoísta, el sujeto piensa que las consecuencias de sus acciones deben ser agradables para él. Por ello el educador no debe engañarse y dejarse llevar de la ecuación: "observancia de las reglas = desarrollo moral".

Es obvio que el educador debe distinguir entre reglas para el orden en la casa, del colegio, del club, así como las buenas maneras, de los problemas de naturaleza moral referentes al bien objetivo, a la justicia y a las relaciones humanas. Por desgracia no son pocos los educadores que se detienen a exigir la observancia de meras reglas de comportamiento externo, cuando el mundo del muchacho de esta edad es totalmente otro.

En esta fase que da paso a la preadolescencia empieza a darse cuenta que quien tiene la autoridad puede equivocarse. La sociedad empieza a ser un todo con él porque se puede poner ya en el lugar de los otros. Empieza a verse igual a los otros ("los mayores se equivocan como yo, todos somos iguales, entonces no debe haber personas que tengan más que otras"). De aquí el gran sentido de la justicia que tiene el muchacho en este período. Es necesario ser pacientes con este sentido de justicia cuando no cumple un mandato que no tiene repercusiones importantes y que él considera erróneo. Por ello, más que usar la forma autoritaria en estos casos, es mejor comunicar la impresión de que se está pidiendo un favor (p.e., al pedir cerrar la puerta cuando él no ha sido el último en entrar).

El muchacho piensa que todos están en su mismo nivel de desarrollo, que todos piensan como él, que el criterio de todos es el propio provecho e interés. Pero, al ver su propio interés, ve también a los demás de la misma forma y empieza a pensar en un "nuestro", en la posibilidad de trabajar en equipo, y que todos pueden ser satisfechos. Empieza, por ello, a percibir unas reglas de grupo; lo que significa reconocer la existencia de una unidad y fuerza que no es concreta ni tangible. Cuando una persona llega a estas percepciones está pasando a un estadio moral superior, ya en el segundo nivel marcado por Kohlberg.

En los dos estadios del segundo nivel, propios del preadolescente y del adolescente inicial (11 a 14 años), se empieza a pensar más en las expectativas del grupo, sin quedarse en las consecuencias para el sujeto que las cumple. Y se da una actitud de lealtad hacia esa disposición de grupo, un querer mantenerse en el orden interno del mismo y una identificación cada vez mayor con las personas del grupo en el que se está implicado. Empieza a darse cuenta de que obtener la estima y la aprobación de los demás es más importante que obtener recompensas, y que esta estima y aprobación sólo se consigue si se pone a trabajar con energía. En este estadio (tercero) tienen necesidad de auto-estima, de pertenecer a un grupo donde él sea importante. La empatía (habilidad de ponerse en la mente del otro, ver las cosas desde el punto de vista del otro) permite a la persona ver los límites y la insuficiencia del egoísmo y le permite ver la necesidad de la cooperación de grupo.

Así, en este nivel se haya mucha conformidad estereotipada a eso que es "mayoría" o comportamiento grupal. Dado que el sujeto depende de la sociedad, el buen comportamiento está indicado desde una convención marcada por el grupo. Es importante enseñar al muchacho que no todo lo que decide el grupo es de por sí bueno. Ayuda mucho en esta fase fomentar la discusión sobre problemas de actualidad que implican decisiones morales, empujando a los muchachos a articular sus propias posiciones y razones, aunque vayan en contra de lo que opina la mayoría.

Para quien trabaja con muchachos que están pasando por este estadio está el problema de ver a qué tipo de grupo es leal. Si los muchachos no reciben aprobación en su casa o en el colegio, buscarán ésta, a como de lugar, en grupos de coetáneos. Los valores del nuevo grupo tomarán serio predominio sobre los de la familia o el colegio.

Existe otro elemento: el comportamiento es frecuentemente juzgado en las intenciones. El tener buenas intenciones, por primera vez, llega a ser importante. El muchacho tiende naturalmente a juzgar las acciones ajenas según las intenciones, siguiendo el criterio: "tiene buenas intenciones". Es importante que el formador esté cerca para explicarle que esto, que está muy bien, no es suficiente.

La orientación de este período se concentra también sobre la idea de que el sacrificio de sí es la base determinante del bien y del mal, y de que este auto-sacrificio es necesario dado que es lo que hace tener éxito a los grupos. No quiere decir que desaparezca por completo el egoísmo. Se puede pasar de una búsqueda del placer físico a uno psicológico, obtenido a través de la aprobación social.

Es fundamental en este nivel, como hemos dicho, el tener un rol bien definido en el grupo, y el sentirse aprobado por el comportamiento de tal rol. El muchacho prueba un desequilibrio cuando alguno no cumple bien su rol predeterminado.
Dentro de este segundo nivel, en el cuarto estadio, el adolescente se vuelve hacia los grupos sociales más grandes en busca de sus normas. Kohlberg ha llamado a esta etapa la orientación de la ley y el orden. La gente aquí se preocupa por cumplir con su deber, respetar a la autoridad y seguir las reglas y leyes. Es menor el énfasis en lo que es agradable para personas particulares (como en el tercer estadio). Un acto es malo si viola una ley o norma y si hace daño a los demás, sin tener en consideración el motivo o las circunstancias.

Igualmente, el muchacho en este estadio llega a darse cuenta de que está participando de diversos grupos con sus intereses particulares. Y entra en una situación conflictual entre los diversos grupos. Es en este momento en que se da cuenta que tiene que haber una ley común que juzgue la globalidad de la sociedad. Se alcanza en este momento el mayor grado de abstracción con el concepto de ley moral que da paso al tercer nivel establecido por Kohlberg.

Por tanto, en la adolescencia avanzada es normal que el muchacho empiece a vivir este nuevo nivel del desarrollo moral: la búsqueda más explícita de una ley moral objetiva por encima de la simple lealtad afectiva a un individuo o un grupo. Si se le ha ayudado debidamente, un muchacho de temprana edad (12-14 años) puede vivir perfectamente este estadio del desarrollo moral. Son numerosos los casos de adolescentes que con gran virtud saben sobreponerse a las exigencias no siempre correctas de un grupo.

El muchacho que va madurando no se conforma con vivir unas leyes convencionales que se encuentra en la sociedad, a modo de contrato social, (quinto estadio). Poco a poco hay una preocupación por descubrir los principios de fondo desde los cuales vienen fuera todas las leyes. El muchacho se pregunta si su sistema social es el mejor posible. Se alcanza una autonomía ética y moral que supera la misma sociedad en que se vive mirándola en referencia a un orden ideal (sexto estadio). Es lógico que un muchacho bien orientado en los valores humanos genuinos y en los valores trascendentes, empezará en este último estadio a interiorizar y a apreciar más profundamente dichos valores y a querer contribuir para que éstos prevalezcan en la sociedad.

Para concluir este apartado cabe señalar la importancia de establecer estructuras (medios, actividades, ambientes) que permitan realizar y articular las expectativas de conducta moral de los muchachos, pues no se puede pretender esculpir directa e incisivamente los valores sobre ellos. Para construir su propio sistema de valores ellos deben repensar y reordenar esos valores que uno les propone; por eso les tenemos que facilitar el ambiente adecuado, los medios convenientes, las actividades propicias. No basta con darles discursos moralizantes. Es aquí donde entra un ambiente alternativo y de un plan integral de formación impartido a grupos naturales y homogéneos.

DIMENSIÓN ESPIRITUAL

Es evidente que el desarrollo espiritual está en proporción directa al aumento de la vida de gracia y al crecimiento en la conformación con Cristo. Lo que se presenta a continuación son unos elementos extraídos de la observación que hace la psicología y que sin duda pueden ayudar al educador.

A. Algunos elementos generales del desarrollo espiritual y religioso

Este apartado está en estrecha relación con la teoría general del desarrollo moral. Sólo añadimos unos pocos elementos. A la par del desarrollo moral, se deben presentar las convicciones religiosas que deben calar en el espíritu de los muchachos.
Cada uno asimilará estas convicciones y creencias religiosas conforme al estadio psicológico-moral en que se encuentre. Por ello es muy importante una educación adecuada para no deformar esas creencias religiosas. Por ejemplo, se debe buscar que el niño salga rápido del estadio inicial, de forma que no llegue a concebir a Dios como la autoridad máxima que castiga máximamente. Para un muchacho que alcanza el siguiente nivel de estructura interior, ayudará el hacerle ver lo positivo de la vida espiritual, el sentir hablar de Cristo como salvador, que viene en su ayuda para hacerlo feliz. Para un muchacho del estadio superior, el sacrificio de Cristo comienza a tener significado y constituye un modelo de comportamiento.

El acto religioso es un acto intelectivo y volitivo, por lo que el niño propiamente no está capacitado a realizarlo en modo consciente y pleno; en él es más bien un acto perceptivo e instintivo, sin quitarle nada de su valor y de su plenitud propia y primigenia. El niño es capaz de religiosidad en sentido propio, pero su vida religiosa tiene un carácter fuertemente exterior: cree en aquello que se le dice o en base a la autoridad de los adultos. Según Guittard, es la "fe imitativa" de la infancia.

Hay que ser muy conscientes, por tanto, de que los muchachos no entenderán más allá de las categorías propias de la fase estructural en la que se encuentran. No se puede ser abstracto en el nivel inicial, apelar a conceptos o ideales que sean ininteligibles. El concepto de puro amor oblativo, por ejemplo, es incomprensible mientras el muchacho no descubra el "nosotros", el "bien del otro". Al entrar en el nivel de identificación con el grupo, se llega al momento adecuado de la identificación del muchacho con la Iglesia.

B. El paso espiritual de la niñez a la adolescencia

Señala Bovet que la vida religiosa comienza durante la primera infancia por confundirse con el sentimiento filial: el niño pequeño atribuye espontáneamente a sus padres las diversas perfecciones de la divinidad, como la omnipotencia, la omnisciencia y la perfección moral. Es en el ser de los padres, dice Von Balthasar, donde el niño percibe más claramente el sentido de la divinidad. El hecho de ir descubriendo poco a poco las imperfecciones reales del adulto, y el recibir la "narración de la fe" por parte de los mismos padres, conduce al niño a sublimar su percepción y afecto filial conduciéndolos hacia los seres sobrenaturales que le ofrece la educación religiosa.

Es fundamental para el sentido religioso el nacimiento de la conciencia del propio yo. En la pubertad aparecen en toda su belleza los ideales religiosos. Hay el deseo profundo de realizar en sí esos ideales que antes eran simplemente atrayentes.

El muchacho es cada vez más consciente de las relaciones existentes entre él y la sociedad. De ahí la búsqueda de la identificación con el "héroe", que el educador debe presentar adecuadamente:"el verdadero héroe es el santo". Esta apertura a la dimensión social se da en parte por una rotura psicológica en la relación con sus padres. De ahí la extrema influenciabilidad a la que está sometida en esta época, y la necesidad de salirle al encuentro con la verdadera imagen del héroe, del santo. Es también el momento propicio para establecer un gran liderazgo espiritual sobre él.

El niño aceptaba sin dificultad las ideas religiosas de los adultos, las practicaba pero no las razonaba. En cambio, el adolescente se pregunta, quiere conocer el porqué y busca asimilar las explicaciones que le son dadas. Busca conformar su conducta a las enseñanzas recibidas. Es religioso, ya no porque debe serlo, sino porque quiere serlo. Es la fase de la "fe personalizada". Si no alcanza en este período un sistema organizado de ideas y hábitos apropiados, pronto podrá caer en una indiferencia y abandono de la práctica religiosa.

Es importante el fenómeno de la intelectualización: se discute de todo, se quiere saber todo. El educador debe ver este momento como necesario en el problema de la adaptación, pues ayuda a que el muchacho no se quede en un mundo de espiritualidad y fe infantil. Hay que saber darle razones profundas de la fe, aunque en un inicio no entienda todo el alcance de la explicación, eso sí, usando los conceptos y las herramientas adecuadas a su edad.

Ciertamente puede llegar una crisis religiosa, más o menos fuerte dependiendo de los casos. Ello se da muchas veces por el hecho de que aquellos que se dicen personas religiosas o piadosas no son coherentes con esos ideales. A veces se da un alejamiento, al menos pasajero, en lo referente a la fe. Pero, como observa Grasso, hay que distinguir entre duda verdadera y propia, psicológicamente grave y perturbante, de las dificultades más o menos molestas, fácilmente eliminables.
En el adolescente la religión adquiere un aspecto más emotivo que en la niñez, pero también se da una mayor penetración de los valores, de la doctrina y de la práctica religiosa, y la fe llega a ser convicción. Eso no quita, dice Gemelli, que la experiencia religiosa del adolescente siga siendo inmadura, con pocas bases sólidas, fundada en elementos emocionales. Es muy normal, por ejemplo, que haya una adhesión a las prácticas litúrgicas más por el gusto exterior del ceremonial religioso que por el significado profundo de tal liturgia.

El egocentrismo psicológico de la adolescencia, unido al carácter altruista e idealista, se encuentran a menudo bajo la forma de una especie de mesianismo: el adolescente se atribuye con toda modestia un papel esencial en la salvación de la humanidad y organiza su plan de vida en función de esa idea; hace un pacto con Dios, comprometiéndose a servirle sin recompensa, pero esperando desempeñar, por ello mismo, un papel decisivo en la causa que se dispone a defender. Es importante que el formador encauce esta percepción del muchacho en lo que tiene de verdadera ("una misión personal y trascendente en la vida") y la inserte en la dinámica de la voluntad y el amor de Dios ("Cristo te invita a participar de su misión mesiánica y de su vida íntima") y en la dimensión corporativa ("una misión que compartes con otros, haciendo una única fuerza de salvación").

El adolescente empieza a percibir unas necesidades espirituales de mayor alcance. Son principalmente las referidas a su existencia, en la dualidad entre su fugacidad y su eternidad, y a la integración universal de su ser en relación con toda la humanidad. Se pone muy a menudo los problemas fundamentales de la vida y tiende a asumir, con respecto a ellos, una posición bastante rígida y extremista. Se puede dar el caso de un juicio duro ante los demás y de comportamiento rígidamente religioso. Es necesario aclarar esto en la dirección espiritual, distinguir entre verdadera vida espiritual (santidad) y perfeccionismo moral, y se debe ayudar al muchacho a salir de cualquier indicio de escrupulosidad, moralismo y dureza de juicio.

Según investigación de Kuhler y Arnold los problemas más apremiantes para un muchacho de 12 años son: 1) el pecado 2) el misterio del más allá 3) la dificultad de recibir ayuda de la religión en la solución de sus problemas personales. A los 18 años, si no se dio una adecuada formación al muchacho, el problema del pecado ya pasa a segundo lugar y se añade el problema de la inobservancia de las prácticas religiosas, el rechazo de las manifestaciones litúrgicas, el conflicto entre ciencia y religión.

Es importante cuidar el aprecio a los sacramentos en esta edad, especialmente a la confesión y a la Eucaristía. Hay que adelantarse a todos los prejuicios y temores que le suelen alejar de la confesión, precisamente cuando más la necesitan. El formador debe fomentar también la recepción frecuente de la Eucaristía como el "remedio" más eficaz a las alteraciones pasionales de esta época.
El diálogo personal con Cristo debe hacerse algo espontáneo y habitual en los muchachos. Dado que están en la edad de la interiorización de las experiencias y de la apertura interpersonal, este momento es propicio para fomentar una relación con Cristo en la fe. Ahora que están rompiendo lazos afectivos con la familia, necesitan más que nunca descubrir al Amigo, y entablar con Él una amistad real, continua e íntima; amistad ésta que tanto necesitan y que, por otra parte, no podrán encontrar plenamente en sus amistades humanas.

C. La cuestión vocacional

El muchacho en sus tentativos de autodefinirse y de proyectar su futuro, contempla también la posibilidad de una vida entregada totalmente a la causa religiosa. Estas inquietudes pueden incrementarse notablemente si alguno de sus formadores es una persona consagrada o un sacerdote con liderazgo humano y espiritual. Es importante discernir lo que es una simple idea o un entusiasmo totalmente pasajero y superficial y lo que es una inquietud profunda y auténtica.
Si es verdad que los comentarios de muchos preadolescentes son superficiales al respecto de una opción vocacional consagrada o sacerdotal, con lo que el formador no debe entusiasmarse ingenuamente, también es cierto que no podemos ser fáciles a despreciar dichas manifestaciones. El formador deberá observar continuamente y crear prudentemente las ocasiones para discernir dichas inquietudes.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que muchas inquietudes de la preadolescencia, signos de una llamada vocacional auténtica, pueden irse enfriando con los años y las dificultades propias de la adolescencia. En primer lugar, el formador nunca deberá perder de vista a esos muchachos y descartarlos fácilmente por el hecho de que estén pasando malos momentos, aunque éstos duren varios años. En segundo lugar, estos muchachos deberían recibir una atención más esmerada y preventiva.

Si el plan de vida es necesario para que los adolescentes puedan trabajar eficazmente en su crecimiento humano y espiritual, lo es más cuando son muchachos que manifiestan abiertamente inquietudes vocacionales. Este plan ayudará al formador a identificar las causas de esas inquietudes, sus manifestaciones concretas y su autenticidad. Al muchacho le servirá para eliminar dudas y obstáculos, para desarrollar virtudes y actitudes que favorezcan una toma de decisión madura y conforme a la voluntad de Dios.

El formador no debe olvidar que es Dios quien llama, que llama a quien quiere y cuando quiere, que llama a través de circunstancias que Él mismo establece. Tampoco en este campo se puede engañar el formador: las apariencias engañan y no siempre los casos más "evidentes" o "deslumbrantes" son lo que esconden una vocación real. Habrá que discernir prudentemente, asimismo, el momento para iniciar el camino vocacional: a algunos muchachos, por su índole, convendrá decirles que esperen a terminar el colegio; otros podrán emprender su camino durante su preparatoria, en un centro estudiantil; a otros se les podrá lanzar el reto de la escuela apostólica.

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"La Paz De Cristo en el Reino de Cristo"

Acción Católica Mexicana Diócesis de Querétaro
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Jose Luis Aboytes

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